Ahora que me pongo a pensarlo, nunca he sabido controlar muy bien mis sentimientos.
Cuando llega el momento en que algo empieza a surgir temo el resultado porque, en general, termino yendo a los extremos. Amor profundo, odio profundo, tristeza profunda, profunda decepción, profunda alegría. Ciclo, de tanto en tanto, entre mis sentimientos más fuertes dependiendo de lo que suceda. Y si la incertidumbre ataca, salto de un lugar a otro, buscando una seguridad que muy probablemente no voy a poder descubrir por mi mismo.
Estaré iracundo, mantendré la calma, lloraré en la oscuridad -completamente compungido, herido sin reparo -, gritaré cuando no pueda más, o estaré muerto de la risa, entre dolores de estomago algo espasmódicos. Pasaré de un lado a otro con la velocidad de un rayo y todo para encontrar un asidero. A ver si en alguna cosa puedo sostenerme un poco, a ver si alguien se apiada de mi y con una palabra me libera de no saber qué está pasando.
En general, quienes me conocen, saben que sobre todo tengo una opinión. Pero eso no necesariamente significa que tenga un interés o un conocimiento. No me interesa mucho la vida de los demás. En general pasan desapercibidos los nombres de aquellos con quienes convivo, se vuelven todos caras difusas que traen a mi la imagen de sus preguntas, pero nunca la de sus propias identidades. Así es también con lugares, objetos y acciones.
No quiero ir nunca a ningún lugar, no me importa cómo sean las cosas, no quiero nunca hacer nada. O, por lo menos, no me nace en lo absoluto. Si me encuentran sentado en una banca de un parque, mirando las hojas viejas de los árboles que caen, tapando el camino de regreso a casa, van a darse cuenta que estoy allí por estar. Si me preguntan alguna cosa, responderé con el entusiasmo de quien encuentra un hueco y no soporta dejarlo vacío. No me nace, no me interesa y no lo hará.
Pero, cuando es al contrario, y lo saben quienes me conocen; difícilmente puedo liberarme de la pulsación que me impele a buscar desesperadamente lo que mi corazón anhela. A quien le haya dicho alguna vez que la quería, cuando lo dije lo decía en serio. No había nada que no hiciera para lograrlo, así fuera desde la distancia eterna. Así fuera desde la imposibilidad. Es lo que sigo haciendo a quien digo que yo quiero. Desesperadamente.
Y digo que no puedo controlar todo eso porque se nota en mi mirada. Ahora que lo pienso, siempre se ha notado en mis expresiones, que son usualmente planas, desinteresadas, pero que se transforman nada más empieza a subir la presión de mi pecho, empieza a atacar el frío en mi cabeza y se arma el nudo de mi estómago, que dolerá hasta que tenga una respuesta sobre la que yo pueda tomar una decisión. En grandes niveles, sufro, aunque no quiera, aunque me diga que no debo hacerlo, aunque encuentre que no tengo motivo alguno.
Así que si alguna vez me dejaste con alguna duda, si alguna vez hiciste algo que preferías esconder de mi o que su significado solo se me revelaba parcialmente porque no me dabas toda la información, te lo pido, completamente desnudo en toda la debilidad que esto me pueda causar, sácame de la duda.
Si por algún motivo crees que no me he dado cuenta, que no me puedo estar preguntando sobre el asunto, deja de engañarte. Todos sabemos que me doy cuenta así no quiera. Que observo las acciones de los demás así no sepa que hagan, que estoy distante y callado no porque este lejos, sino porque estoy demasiado presente, al tanto de todos los movimientos, incluso de los que no tienen significado.
Así que sáquenme de la oscuridad. Es mejor de esa manera. Ayúdenme a pararme en la luz. Dejen que yo sepa lo que no han querido, así me haga daño, porque no hay daño mayor que yo pueda sufrir que no saber, que dudar, que intentar creer en una cosa cuando mi interior me dice otra.
Todos podemos hacernos el favor.
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