viernes, 28 de septiembre de 2018

Perdido

El mundo se mueve a una velocidad diferente. Para mi la noche es el día, la madrugada el atardecer, la mañana mi tiempo de dormir. Mientras en las calles todos salen raudos a sus trabajos y estudios, afanados por el trafico y las colas enormes, yo desde la ventana observo las líneas de personas como hormigas y deseo llegar a mi casa, llegar a mi cama y no despertar en el mismo lugar.

Para olvidarme del mundo tenía la tarea de escuchar la música de otra persona. Habían listas extensas cuidadosamente curadas para hablar de un tiempo, y me había ordenado ya para enseñarme a otros sonidos que no me pertenecían. La calle, la gente que la habita. A pesar de mi desprecio (que en realidad es un reacio temor), escuché durante horas lo que cantabas voces ásperas de tanto aguardiente sobre la muerte, el odio, la venganza, la familia, la redención y todos los otros temas que se repiten en el día a día. Escuché en orden, con paciencia, hasta las canciones que nunca realmente me gustaron.

Otro mal dibujo de un tipo parado en la nada
Pasado un tiempo más que el ejercicio, se había vuelto un intento por leer la mente de la creación. ¿Por qué estas y no otras canciones? ¿Por qué en este orden? ¿O solo están ahí para ser aleatorias? Me inventaba historias detrás de las canciones, historias que no eran de quienes cantaban o interpretaban, sino de quien había escuchado una vez el beatbox en la sala de un amigo, antes de conocer tantas otras cosas, sorprendida de que se pudieran combinar esos ritmos con esas palabras, con esa claridad, con esa indecencia. Me imaginaba la historia de una persona sorprendida y que al volver, solo podía recordar la sorpresa.

Y no solo era la imagen de una sonrisa que disfrutaba la música repetirse en la noche, descansando sobre una cama; era también la cara de terror de los barrios oscuros y sucios por lo que hubo que caminar alguna vez con la esperanza de no encontrarse a nadie y que, si había alguien en el camino, fuera una persona que pudiera acompañar y no amenazar. En los caminos oscuros de mis sueños sobre otro, me insertaba -con el deseo de que me fuera concedido un lugar en medio de tanta selección, tiempo y repetición- en medio de la calle oscura, y era la persona que acompañaba y protegía de la noche oscura, e invitaba a otra travesía, y aseguraba que todo podía estar siempre mejor. Al mismo tiempo, esa idea era más la expectativa, un futuro vaticinado en otra línea del tiempo, quizá.

Así yo fui armando mis listas, robando un poco de allí, prestando un poco de allá, como asegurándome de que si algo pasaba y podía contrastar mis imaginaciones con la realidad, iba a tener las herramientas para hacerlo.

Pero en medio de eso se aparecieron los cambios. No lo esperaba. De pie, sin caminar, todo se ve cual puntos claros en una noche oscura, mientras todo esté sin nombre. Por que esté en algún lugar no quiere decir que sepa en donde estoy exactamente.

Por eso todo parece inextricable. Todo parece fuera de alcance. En esas, al horizonte solo se le veían las sombras del camino de rocas. Donde yo creía que había una mente, una lectura sencilla, una búsqueda sistemática, había en realidad una persona. Y no hay orden que valga para tal caos. Solo podré entender si me dicen "Mirá, así soy yo."

jueves, 20 de septiembre de 2018

Sobre el estado de las palabras

No tengo palabras. Me las he acabado. Las que me prestaron me las quitaron.

Las que quedaban se fueron y me sumí en silencio durante mucho tiempo.

Ahora, si todos somos como islas, ¿dónde quedan los caminos? ¿Por donde van nuestros pasos? ¿Habrá intersección alguna en la vía? De haberlos, no serían los típicos caminos de tierra, al andarlos no levantaríamos polvo, ni quedarían las marcas de los pasos sobre el terreno escarpado.


Casi tanto como he pensado las personas como islas, viene a mi cabeza la imagen de un cuarto vacío. Enorme y con sobras de otras vidas desperdigadas en las esquinas, como si fuera una especie de San Alejo de la existencia. A veces tiene estanterías, a veces solo plantas enredaderas que se asoman por la ventana, a veces solo sombras sobre el polvo, a veces solo la puerta de salida. Es un lugar de donde entran y salen multitudes de cosas y que nunca tendrá un "estado final".

A veces llueve, a veces golpea el sol con toda su fuerza. En una esquina una ventana está rota y por el hueco minúsculo que queda entra una enredadera que se asoma a la habitación vacía. Es curioso cómo el mundo va introduciéndose en donde se ha "detenido" el tiempo, donde solo se acumula polvo sobre los recuerdos y ni el viento puede levantar la capa gruesa que oculta toda existencia.

La habitación está allí, en donde sea que la ubiquemos, y rara vez nos sentimos compelidos a entrar en ella. En mi caso, permití la entrada y se llevaron los libros que había dejado guardados. A cambio me dejaron papeles y objetos, algunas páginas escritas a mano sobre el suelo, desperdigadas y cubiertas por el polvo, pero nada que me perteneciera realmente.


jueves, 13 de septiembre de 2018

Engaño primero

Aun con todos los esfuerzos, siempre queda un compromiso.
Es chévere creer que no, que uno tiene la libertad de hacerse el loco, engañar la mente y el espíritu y salir completo de ese destino que hemos encontrado, pero eso es puro cuento.
Una de las muchas mentiras que nos contamos.

Y pensemos compromiso no como una obligación con alguien o algo, sino como poner una parte de sí mismo en juego, sea cual sea el nivel.

Comprometí mi tiempo, es decir que corro el riesgo de perderlo.
Comprometí mi espacio, así que me expongo a contaminarlo.
Comprometí mi vida, y puede que sin darme cuenta cambie por otra.

Comprometerse es, simplemente, ponerse en juego.

Otro mal dibujo con la imagen de mi pensamiento
Es como si encontráramos en un bosque a dos árboles que crecieron muy juntos. Hay uno bien pegado a la tierra que crece recto y con orgullo, mientras que otro rodea la base con sus raíces, ladeando todo le tronco hasta el borde de una una estrepitosa caída.
Uno diría que todo está bien, si ambos pudieron crecer no habrá ningún problema, y de a mucho, el que más sufra será el ladeado, que caerá en cualquier momento perdiendo toda posibilidad de vida. Pero el árbol orgulloso también sufrirá lo suyo, perderá corteza, algunas ramas caerán al agitarse con violencia, y ya sin la protección de  su amigo cabrá la posibilidad de que se seque y muera. 

El otro, por su parte, si bien tendrá una muerte más pronta (respondiendo a su condena), podrá albergar en su interior lo que del suelo se levante y empiece a habitarlo. Pedazos de musgo y pasto, alguna enredadera que se abra paso entre las grietas, animales que aprovechen de sus huecos o sus ramas o sus hojas. De alguna manera, vivirá para siempre en la humedad de la tierra. Así quisiera, no lo dejarán solo.

Aunque tampoco hay que echarse cuentos. No hay quien se salve del orgullo ni la entrega, así que al tiempo todos estamos caídos mirando al cielo, dejando secar un poco la existencia mientras la vida nos consume.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

El choque

Es una especie de cataclismo lo que ocurre cuando dos personas se encuentran de verdad.

Vuelan rocas de un lado a otro, polvo, plantas, animales; es una caída constante, partes de nuestra existencia que vuelan durante el choque de nuestras placas tectónicas.

Cuando menos lo espero veo como se acerca amenazante desde otros cielos una enorme masa de rocas, tierra y agua; toda una vida reunida y que en un instante irrumpe con violencia en mi tranquilidad. No suena lo que sale volando, estamos tan alto que la caída parece perpetua; solo escuchamos el resquebrajar de las pieles, como se abre la coraza, se separa la tierra y donde antes había una llanura ahora es montaña. Sin percatarme estoy entrelazado, cualquier movimiento hace crujir la existencia, a veces origen de placer, a veces dolor agudo. El crujido es tal que parece un trueno, y en los cielos que volamos a la distancia, parecemos uno solo, cuando en realidad son grandes manos que sostienen mis entrañas mientras en mis brazos sostengo toda su tierra bien junta.


Como cuando ocurren ciertas emergencias, la mente se bloquea y no piensa en más que en el choque fortuito y no en la separación; no piensa en las grietas que se forman, en las piedras que caen de su lugar y las pocas que se pueden salvar, no piensa en el posible desastre, en la tensión del vacío, de las carnes que ahora, solitarias, parecen propensas a romperse sin previo aviso, a caer en los suelos hechas polvo.

sábado, 1 de septiembre de 2018

La primera página



Tengo una libreta para hacer dibujos. Es relativamente incómoda, los dibujos son bastante malos, pero cumple con el propósito de representar una imagen que tengo muy clara en la cabeza. Pero lo que sale de esos intentos suele ser claro solo para mí, y con gran esfuerzo, quizá tras una larga explicación, claro para otras personas.

Este es mi primer dibujo en esa libreta. Un tronquito algo muerto de donde apenas sale una ramita y una hoja diminuta. Le han cortado el resto del cuerpo y en la corteza se nota que antes fue otra cosa. No sé si un árbol imponente o solo es que muy de cerca parece más grande de lo que en realidad es, pero de seguro algo diferente fue. Muy pegada a la base crece un pasto tupido, no se reconocen raíces, todas sumergidas bajo la tierra. Da la sensación de que el tronco es una tapa protectora, pareciera que es posible levantarlo y, tras un chasquido (como el que se hace con la lengua o el de una tapa de Gatorade), ver el contenido escondido por quién sabe qué clase de artífice.

No recuerdo porqué decidí dibujarlo. Ya fue hace bastante tiempo, así que solo está ahí como algo que hice alguna vez. De hecho, si miro las páginas que siguen también allí encuentro otros trazos que solo puedo identificar como algo que hice alguna vez. En algunos hay pistas del origen, por ejemplo, un dibujo que decidí llamar “el silencio” y parece una gran hoja con forma de hoz que está a punto de dejar caer una gota sobre unas piedras. Hay otras cosas que se pueden identificar, como un perro que alguna vez vi en la calle, o las cercas que encontré mientras iba en un bus, o un viejo reloj que quise retratar.

Tengo páginas llenas de objetos que conozco o reconozco, páginas que me pregunto cuándo empecé a llenar, páginas que sé nunca iba a terminar. Siempre que miro me pregunto por qué será que lo intento. Nunca he sido un buen dibujante ni me he dedicado con pasión a la tarea como para decir que con mucho esfuerzo pudiera lograr mejorar, por lo menos un poquito. ¿Por qué será que intento de tanto en tanto continuar con una tarea que se me sale de las manos?

¿No les ha pasado? Hay alguna cosa (o algunas) que definitivamente no pueden dejar de intentar pase lo que pase. No importan la cantidad de cosas que digan que será imposible jamás lograr algo, no importa que a cada instante se encuentre uno con diferentes negativas o con el simple y puro fracaso. Lo importante es no ser olvidado ni dejar olvidar.