domingo, 15 de diciembre de 2019

Adagio moribundo


Vi que estábamos condenados a la extinción tras el primer mordisco. Dimos paso a una devoradora raza superior, caminantes sin rumbo con maestría en el exceso; desborde natural. Siempre había visto en las películas escenas oscuras donde las muchachas gritaban aterrorizadas ante la sangre, la carne, los culos que volaban en todas direcciones, el gorgoteo de los cuellos aún vivos que transmutaban, pero la realidad nada tuvo que ver, al contrario, fuimos los hombres quienes huimos con mayor insistencia, aterrorizados del encuentro más vital. En la carne nos encontramos, en la carne renacemos, pero nosotros siempre con miedo.
Ellas, por su lado, cayeron en sus brazos sin mayor resistencia, como si al sentirlos cerca un trance las dominara sin más. A pesar de que corrí con lágrimas en los ojos, en el fondo me llenaba la envidia ¡Cuánta libertad!
Fue igual cuando llegaron a la puerta de nuestro escondite. Había arrastrado a una chica del trabajo hasta el fin del mundo, y aunque ella se resistió un poco (odio manifiesto en el día y lamentos quedos en la noche), yo guardaba la esperanza de que al pasar la tragedia pudiéramos continuar juntos reconstruyendo la vida. Tonto de mí.
Cuando rompieron la puerta me cogieron con los pantalones abajo, ella se soltó para entregarse a la nueva vida. Mi primer ademán fue huir, pero al escuchar como la devoraban; con cuánta felicidad se transformaba; no pude evitar caer de rodillas con mocos escurriéndose a mi boca, entre desesperado y loco, esperando la muerte. Ahora puedo entender, ¿cómo pudo resistirse tanto tiempo? Ella sabía lo que venía. Si hubiera sabido, me habría entregado por igual. Nada más siento los dientes zumbar sobre mi cuello; esa presencia sin tocarme la carne, la sangre, la muerte que llega… Cuánto placer…

martes, 10 de diciembre de 2019

Reflexión sobre el silencio

No suelo hablar mucho cuando llego a la casa.

Abro la puerta y miro al recibidor en busca de zapatos recientemente descalzados, no digo nada si los veo, ya me acercaré a saludar. Si no los veo no me preocupo sino que me quito los zapatos, me saco la chaqueta y vacío mis bolsillos, como liberándome de cualquier conexión con el mundo exterior. Es curioso que en casa sea lo que llevo en los bolsillos lo que me conecte con la calle, mientras que afuera es al contrario, una puerta al mundo que me espera de regreso.

Es chistoso darme cuenta que es bastante común sorprenderme por llevar horas sin decir una sola palabra y haber estado guardando el silencio por tanto tiempo sea una tarea que realizo con religiosidad. Aunque escucho ruidos y canciones, los vecinos que cruzan el pasillo, mi compañera de apartamento hablando cosas ininteligibles en su habitación, animales que corren, carros en la calle y demás, no suelto ni un solo sonido, no vale la pena, no hay nada que decir.

Y, ¿a quién  tendría que decirle yo algo? Aunque dijera cientos de cosas, no habría nadie con quién conversar.

Sí, en circunstancias no está de más hablar consigo mismo, yo lo he hecho en más de una ocasión. En español, cuando intento contar una historia fantástica, o imaginarme un escenario social; en inglés si estoy molesto, intentando verme fuera del mundo cotidiano... incluso llegué a fanfarronear con algunas pocas palabras de japonés que logré aprender. Sí, también hablo solo, pero lo hago como el árbol que cae en el bosque donde no hay nadie para oírlo.

Sobre el silencio tengo que decir que es un viejo amigo y a veces me siento con él en una habitación blanca, a no hacer nada más que estar.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Palabras

Para considerarme tan observador y recatado, tan pensativo e introspectivo, que con todos los estudios y los libros que he leído, me sorprende un poco más cada día como es que puedo soltar palabras incautas sin darme cuenta.

Toda persona tiene un tono de voz predeterminado que se va forjando con el paso de los años y he visto que el mío es de una ironía comedida, una comedia ambulante de la vida cotidiana que raya con la malicia. No es ocurrencia, es solo desidia por lo que le pasa a la gente, los sentimientos de pesadez y cansancio, es el descarado desdén por lo que sucede a la gente que vive la vida. Sin darme cuenta me he creído algo más y ando deseando felicidad en los días oscuros, viéndole el lado positivo a las situaciones desoladoras y las oportunidades en la tragedia. Como un tecnócrata de la cotidianidad, sin creerlo realmente, le digo a todos los demás "sean felices, que eso no pasa nada", cuando en el fondo yo mismo reprocho la insolencia de los que disfrutan en las peores condiciones.

Todo por lo improductivo de mis actos. Soy como un personaje de novela, inútil por vocación.

Aún con eso, a la gente le agrada. O eso aparentan.

viernes, 18 de octubre de 2019

Reseñas recuperadas - El Samurai de Shusaku Endo


Cuando el pensamiento no da abasto regreso a lo que ya he trabajado, a mis viejos pensamientos. En ellos veo lo que permuta y lo que dejé atrás, lo que permanece, lo nuevo:

¿Cómo quisiera escribir? Me pregunto regularmente. Es una pregunta que debo hacerme antes de sentarme frente al teclado o frente al papel (porque sí, aún me siento frente al papel, con bolígrafo o lápiz, durante horas, haciendo rayones, borrando, rompiendo y demás). ¿Cómo quisiera escribir? Posiblemente como Endo. Es admirable como logró construir tan bello relato a partir de una historia real, aprovechándose perfectamente de los vacíos y los datos reales. También quisiera ser capaz, también, de unir tantas culturas, tantas imágenes, tantos sentimientos como lo hace Endo en el corazón y la mente de Hasekura Rokuemon, el pobre samurai que fue enviado al otro lado del mundo en una misión imposible de cumplir y que le llevó no solo a la desgracia de su nombre sino a la pérdida de su vida en la hoguera. ¿Qué clase de muerte es esa? ¿Por qué en la hoguera? Las culturas son cosas complejas de explicar, y aún más cuando entre ellas está mezclada la religión. El padre que guía a los japoneses es una representación placentera de lo que algunos creen que son los sacerdotes católicos. Llenos de deseos mundanos e incontrolables, excusados en la santidad de su misión, llenos de fé.

El encuentro entre estos dos personajes fue fundamental para la unión cultura, para el transporte por los diversos parajes y para el efecto devastador y, extrañamente, tranquilizador que tiene el desenlace de la historia.
No conozco las fechas, pero la historia, esta escritura, tiene trazas, parecidos, conexiones que parecen ínfimas, inherentes e inevitables, con otros escritores japoneses: Kawabata en la cima, por ser al que más conozco, pero le siguen casi pisando sus talones Tanizaki y Oé. Valdría la pena averiguar, quizá todo tuviera una relación.

Como adición a todo esto debo agregar que esto fue un regalo de un amigo muy cercano. Él sabía de mi gusto por oriente y cuando no presentamos nuestras tesis de grado (porque nos graduamos juntos), tuvo el detalle de traerme esta belleza. Yo nunca le correspondí con un acto similar.

sábado, 5 de octubre de 2019

Reseñas recuperadas - El arcoíris de la gravedad de Thomas Pynchon


Reseñas recuperadas es el repost de viejos escritos que encontré en la nube sobre libros que he leído, comentarios inocentes sobre novelas y cuentos, siempre hablando desde la ignorancia. Una mirada a lecturas pasadas sin realmente leer otra vez.




Es una monstruosidad de mucha gracia y raro goce. La novela tiene la función de un adefesio. ¿Cuál es la función de un adefesio? Molestar. Molestar a los no adefesios. Molestar con su imperfección, con ruptura de todo canon y sanidad. El adefesio se arrastra sobre la baldosa produciendo un incómodo pero inevitable sonido como de carnes apretándose la una contra la otra, chorros de materia que vuelan verdes hasta las paredes. Cuando sabemos que se acerca no podemos evitar voltear la mirada y decir: "¡Oh! ¡Llegaste!".

Así pasa con Pynchon. Está en la repisa observando, produciendo un molesto sonido que nos obliga a voltear y mirar. Lo observamos un tiempo, pasamos las páginas con fascinación ante la natural monstruosidad de sus curvas. Sale un poco lo morboso, igual que cuando el monstruo, observamos con cara de asco pero por dentro no queremos más que ver hasta el más pequeño detalle.

Cuando acabé la lectura me pregunté, ¿porqué Pynchon no escribe algo más amable con el lector? Podría, perfectamente, escribir una historia sencilla, que se pueda seguir, que se pueda leer de continuo mientras retiene el lector los nombres, los hechos y la manera en que el autor lo ha dicho. Pynchon tiene la maestría suficiente como para hacer eso. Recuerdo una parte de su novela, cuando Roger México lleva a su chica en el automóvil y decide detenerse, aunque esté en contra de sus creencias, sus principios y sus costumbres, en una capilla en donde un montón de adultos "celebran" la navidad. Cantan suavemente, en un tono lúgubre, las canciones propias, esos villancicos que en voz de niño tanta alegría causan, cantan a coro un negro de voz profunda y un blanco chillón, se dejan solos, guardan los silencios. Es una escena espectacular en donde el sentimiento brilla por la ausencia de infantes, todos alejados de la ciudad por culpa de la guerra. Se retrata la soledad, la destrucción humana, no necesariamente relacionada con la destrucción material o la muerte.

¿Por qué no escribir así toda una obra? ¿Por qué no dar al mundo una sencilla novelita llena de esos sentimientos?

Dirán algunos que El arco iris de la gravedad es un espacio en donde Pynchon se explayó y demostró todas sus capacidades, fanfarroneó de su poética, estilo y conocimiento. Yo me aventuraré a decir lo contrario. El arco iris de la gravedad es una novela irresponsable, sin motivo particular, una novela escrita sin compromiso y que se lee solo cuando hay demasiado compromiso. El empleo de leerla nace del desempleo de hacerla. ¿Cuánto tiempo se gastó en la escritura de este libro? ¿Qué tipo de esfuerzo realizó para completarlo? Quizá por eso envió al comediante a recibir el premio que le otorgaron por la novela, porque no era enserio, por que era una broma muy mala que le salió bien, por más de que se hubiera esforzado para que le saliera mal.

jueves, 3 de octubre de 2019

Yo

Yo soy una recolección de memorias.

Soy una recolección de reacciones y recuerdos musculares. Soy una imagen en el rostro de los otros, el reflejo en el espejo, la palabra rebotando de pared en pared hasta que se apaga. Soy una masa amorfa que se mueve por la vida, con labios gruesos, piel mestiza, cabello largo y ondulado que causa envidia, pero masa al fin de cuentas. Estoy ahí y me muevo por voluntad de la vida, el deseo del mundo al verme nacer.

En las noches temo como se mueve el tiempo, que se estanca por un rato en tanto cae la oscuridad. Las horas no se mueven de la misma manera bajo el reflejo de la luna como lo hacen bajo los rayos del sol. Cuando trabajaba de noche era como si el tiempo no sucediera, daba lo mismo si era diciembre o junio, puede que de repente lo fuera, como puede que no. Fácilmente hoy en día no sería hoy en día sino ayer en la noche, o varios meses atrás. Para mantener la ilusión dormía todo el tiempo de sol que podía y solo delataba el cambio de tiempos cuando me decía que tenía blanca y pálida la piel morena que tanto les gustaba.

Todavía recuerdo la sensación de permanecer en el mismo lugar, por siempre, quieto. Aún a veces permanece. La noche es para dormir, me repito, intento mantener la promesa corriendo de un lado para otro y manteniéndome ocupado; quisiera no tener que pensarlo, no crear estratagemas, pero es la única manera de salir del atasco. Corro de tanto en tanto, bebo un poco más, en el peor de los casos me tomo un té y pienso, imagino las llamas encendidas en la chimenea, crepitando, una chispa, el humo que sube y se pierde entre los nubarrones grises, una cerveza, la barriga un poco demasiado llena.

Buscaba en mi archivo alguna imagen para acompañar las palabras, pero mientras me perdía en formas y formas del pasado recordaba que eran las palabras las que debían traer imágenes, solas, por si mismas. La imagen de mi voz, la de mi mirada acusadora. Sea o no una masa, las palabras debieran hacer de mi una existencia.

Tenía por ahí guardadas las imágenes de un gran fuego, las chispas moviéndose de un lado al otro, pero al final solo encontré uno de mis primeros intentos por encender la llama. Ahí les dejo.

viernes, 9 de agosto de 2019

Volviendo al ruedo

Recientemente he estado pensando con insistencia en las ruinas de edificios en ladrillo que se van hundiendo con los años en la arena. No sé si me gusta tanto jugar con la idea de la memoria y la decadencia o solo es una fijación como la de un personaje de novela sobre las plantas que se pudren frente a su cámara en constante grabación. Por ahora solo pienso en eso y hasta hago bocetos malos con un árbol en medio.

Mis trazos siempre han buscado poner en el papel la rugosa corteza de un árbol, que sea bien claro lo nudoso y ancestral, pero siempre fallo, así que mientras tanto intento contentarme con lo que ilustran los que sí saben dibujar.

Cuando era pequeño viví en casas grandes con patio traseros enormes, vista al parque o la montaña, teníamos un camino de la chaqueta, un aguacatero que soltó su fruta sobre mi cabeza y huertas sencillas para jugar sobre ellas. Me encantaba cavar agujeros en las tardes más frías. En una de esas casas solía encontrar juguetes viejos y hechos pedazos nada más empezar a palear tierra a un lado. La única otra vez que sentí una emoción parecida fue cuando llegué a la gran ciudad y escarbé en un arenero del parque, salieron a la luz unas fibras negras que parecían cabello. Esa vez sucumbí a un terror insoportable, la idea de un cuerpo enterrado bajo mis pies en la tierra de lo desconocido. Una emoción de igual nivel, pero difícil de relacionar. Cuando cavaba en el patio me aceleraba el corazón la idea de encontrar al fondo un tesoro o, por lo menos, los huesos de una mascota escondida en la tierra cientos de años atrás.

De alguna manera creo que siempre fui un aventurero, a mi propia manera, primero cavando huecos, subiendo un par de kilómetros en bicicleta, saltando la primera vez de un trampolín (todo muerto del miedo), en el viaje, leyendo mis primero libros, golpeado una batería con un poco de ritmo, aprendiendo sobre matachos chinos, aprendiendo el chino que hablaban esos matachos, un poco de carpintería, plomería, pintura y otros efectos para la remodelación,  otros idiomas, otros libros, otros hobbies más fantásticos, más ñoños, más abstractos, sentado en la noche, frente a la página en blando, mirando los rayones, los textos, los trazos, como en la espera de esa emoción una vez más.

Como me la paso tan quieto, para volver al ruedo, lo mejor que puedo hacer es entablar la conversación, así que si saben de dibujos, árboles, ruinas u otros objetos, yo los escucho y les contesto, para eso aprendí de todo un poco.

miércoles, 5 de junio de 2019

Reseñas recuperadas - Lo infraordinario de Georges Perec


Honestamente, sobre este libro no recuerdo mucho. Creo que era uno de Editorial Impedimenta, de esos bonitos y costosos que tienen de esas camisas en cartón negro e ilustraciones detalladas, que las hojas son gruesas y huelen delicioso aún años después de sacado del empaque (por esa cuestión de ser un libro que se manipula poco y que uno guarda con recelo, de los que se leen una o dos veces en un año pero que no pasan más que por las propias manos, y, aclaro, que este no lo recuerdo porque era un libro prestado que al poco tiempo de terminar regresé a su dueño y no volví a saber nada al respecto).


De Perec recuero más "¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio?", que leí en una clase de la universidad. Era un texto bastante divertido que iba sobre nada en particular (aunque en realidad iba sobre un tipo que no quería que se lo llevara el ejército, miedo compartido por muchos, me incluyo, pero que al final esa era la excusa de la existencia del texto y no una historia para contar en sí misma), pero por la época, supongo yo, no escribí nada que tenga a la mano al respecto. Por tanto, lo que tengo sobre Perec es lo que viene a continuación:


Parte del proceso de lectura implica un cambio en la manera de leer. Hay que evitar esperar. Hay que evitar tener una alta expectativa sobre el gran mensaje que nos entregará la obra y dedicarnos a disfrutar de las diversas posibilidades que tiene la escritura. Perec no nos entrega una historia. No le interesa entregarnos una historia. El conjunto de fragmentos conforman una experiencia que apunta a distintos intereses. La historiografía, la arquitectura, las listas, conjuntos de cosas que parecen innecesarias -que de hecho pueden serlo- son una exploración de diversos espacios y que no pretenden ser un absoluto, sino una puerta abierta.



No sé exactamente que era lo que pensaba, apenas si el texto me trae una imagen confusa de lo que estaba escribiendo, pero por lo menos ahí está. Ahora quizá debería volver a pensarlo, a buscar qué es lo infraordinario, quien sabe si buscando eso también podré descubrir qué es lo ordinario, a estas alturas del partido ya ni sé exactamente qué es qué, quién o dónde. Solo estoy aquí, mirando para un lado, por la ventana, escondido del sol, en medio de la noche.


domingo, 14 de abril de 2019

Reseñas recuperadas - El castillo de Franz Kafka


Teniendo en cuenta el extraño volumen de visitas que he tenido últimamente debido a la reseña sobre "Por sus propios medios" de Robert A. Heinlein, pego un nuevo tiro al aire cuando de reseñas se trata. No tengo nada en particular contra las reseñas como para decir que puede nada más ser un golpe de suerte, pero no me siento con confianza suficiente como para decir que ha sido resultado de mis palabras, la pluma de occidente, el futuro de la literatura, yo, que no tengo un libro publicado pero si un montón de penas escondidas de la vida pública.


Sobre "El castillo" tengo que decir en este momento que apenas si recuerdo el ambiente. La nieve perpetua, la irreversible incapacidad del ser humano por lograr nada, el gigante infinito que ahora enfrentamos en la ciudad de la niebla (o la ex-ciudad de la niebla) y que en muchos lugares se repite, se enfrenta a los cientos de agrimensores que intentan medir el camino a la vida, al deseo, al final.


No deja de ser cierto que el libro lo leí por una mujer. Muchas cosas se hacen por una mujer. Supongo yo que también estaba influenciado por ese deseo de la época y las palabras que vienen algo han de tener en el fondo, pero no se debe confundir, tampoco, esta honestidad de ahora con una afirmación certera, con la aseguranza de que algo más hay aquí. Puede que ese sea el origen de esto, pero ciertamente ese no fue el final. Al final de cuentas yo estaba solo en mi habitación cuando terminé de leer su libro.


Obviamente se califica de desgracia extrema el hecho de que esta obra nunca haya sido terminada. ¿Qué era eso que iba a decir la madre de Gestüker? No sabremos, solo queda rellenar el vacío con nuestra imaginación, y quién sabe cuántos han perdido la razón en un intento por encontrar el vacío. Las aventuras de K. pueden calificarse de muchas maneras, extravagantes, divertidas, estúpidas, vacías; y de la manera en que se haga hay que reconocer, a pesar de todo, el mérito de Kafka al construir el universo en donde está este pueblito salido de la nada con su castillo lleno de burocracia y un montón de gentuza que teme a un no-sé-qué peligroso salido de ninguna parte, es enorme.


En las notas de esta edición se muestran diversas interpretaciones relacionadas a la vida de Kafka 1 y su relación con la construcción de la novela. Son, muy cierto es, interesantes, y pueden, de alguna manera, alimentar la imaginación, el conocimiento e incluso ser constructivas para literatos y escritores, pero ¿Se puede disfrutar de este libros, que está sin acabar, sin las notas? Por supuesto. 


Quizá la única nota pertinente a la novela es la última, en donde se ofrece un minúsculo comentario sobre la frase cortada al final de la página 342. Lo demás sobra perfectamente. Por ahora, solo cabe decir que, si bien Kafka como autor merece el agrado y respeto de muchos, nunca podría condenar a quienes no sintieran afecto por él, que siempre ha sido mostrado como un escritor oscuro, denso, eterno. Hay que ver el lado positivo, reírse de la misma manera que él lo hizo cuándo leyó La transformación a Max Brod y sus amigos, esa es la forma de demostrar buen gusto, y hasta quizá, una sensibilidad superior.


1. Era una edición de bolsillo. Ya no recuerdo si era de editorial DeBolsillo o si simplemente decía que era de bolsillo, aunque no lo fuera en realidad. El libro es, en si, bastante largo. Si alguien lo lee y encuentra la nota de la página 342, que me lo diga por favor.

Entonces, tras todo este asunto, veo que esta es la continuación/prescritura de la otra reseña del mismo texto que se encuentra en este blog: El otro Castillo que leí de Kafka


Bonus track. Otro dibujo de El Castillo, la fortaleza impenetrable y su minúsculo pueblecito.


viernes, 22 de marzo de 2019

Reseñas recuperadas - Cartas entre Yasunari Kawabata y Yukio Mishima


Sobre dichos textos escribí hace varios años:

¿Podré yo tener un amigo como alguno de esos dos?

La belleza que hay en esas cartas se explica en la magnífica relación que existía entre los escritores. Intereses, sensibilidades, conocimientos y aprendizajes. Estas son apenas cuatro cosas que los unían en un mundo desbarajustado y que exigía de ambos no solo esfuerzo sino también deseo, vocación, incomodidad.

Que se encontraran en este mundo de seguro fue una fortuna para ambos, que se ayudaron no solo en lo espiritual e intelectual, sino hasta lo más mundano de sus vidas.

El que se conocieran significó para cada uno un crecimiento inesperado e inconmensurable. La forma en que las cartas se van transformando con el paso de los años deja entrever como funcionan las relaciones entre ellos, dejan traslucir un poco de su cultura, de la sociedad en la que crecieron; así como también un poco de sus más profundos deseos.

Hay que leer y releer este texto. Es más, vale la pena preguntarse, no solo si llegaré a tener un amigo como ese, sino también si llegaré a ser un artista como ellos.

No sé realmente si sea un pensamiento correcto para este momento, o sea demasiado petulante pensarme como artista, no sé siquiera como pensarme a estas alturas del partido, así que sigo, como en ese entonces, con la envidia. Ojalá pudiera mantenerme sereno y trabajar, trabajar y continuar trabajando en algo placentero, estimulante, pero es cosa de tomar lo que me encuentro e ir convirtiendo todo eso en algo bueno. No lo sé.

Mi apartado favorito de esas cartas en una lista de cosas que Mishima hizo para Kawabata, eran todas las cosas que el escritor podía necesitar para su próxima estadía en el hospital. La lista la armó con ayuda de sus padres, y enviaba todos los mejores deseos de la familia, que ciertamente apreciaban al autor por haber tratado al joven como una especie lejana de pupilo y amigo íntimo.

No sé exactamente cuántos años de diferencia se llevaban (y sé que puedo descubrirlo fácilmente, pero ¿cuál sería la gracia?), pero Kawabata era bastante mayor, así que, en lo que de amistades se trata, fácilmente en cualquier momento, así como uno podría enamorarse de cualquiera, un vínculo muy grande podría formarse con quien apareciera por allí.

domingo, 10 de marzo de 2019

Reseñas recuperadas - Por sus propios medios de Robert A. Heinlein


En una nueva entrega de las reseñas que escribí hace años vengo una vez más con un texto de Robert A. Heinlein, a quien puedo describir en mis propios términos como uno de los escritores que leí sesudamente para poder escribir mi novela de graduación de la universidad. Esto probablemente no tiene mucho significado para todos ustedes, pues el autor se defiende por sí mismo, sobre todo por su más conocido texto, ya llevado al cine, y reseñado por mi en la misma época de la reseña aquí presente, el grandioso "Todos ustedes, zombies".

La reseña:

Esta historia posee una premisa similar a la de Todos ustedes, zombies. La diferencia es el planteamiento. En Todos ustedes, zombies lo que se plantea es un ser de imposible existencia. En Por sus propios medios se plantea un ciclo imposible. Todo comienza con un hombre que trabaja en su tesis de grado. Luego de infinitas horas de trabajo aparece un yo del futuro que lo insta a entrar en un portal del tiempo. Luego llega otro yo de un futuro más lejano que lo insta a detenerse. Luego de esto comienza un ciclo infinito en que él debe asegurarse de que se cumplan todas las acciones que al final lo llevarán a vivir en un mundo distinto y más cómodo.

En este cuento podríamos decir que la perspectiva se centra en la imposibilidad de evitar el actuar de ciertas maneras, una especie de destino se plantea en el relato, en donde los personajes, por más que lo quieran, por más que lo piensen, por más que lo intenten, no pueden evitar actuar como se supone que lo harían.

Esto se ve principalmente por la involuntariedad de estos actos. El personaje demuestra una vida interna completamente ignorada en el otro relato, Todos ustedes, zombies, en donde el narrador sabe lo que hace, es consciente del destino y no hay una sensación de contrariedad evidente a la hora de presentarse ante sí mismo y comenzar el ciclo infinito.

Ahora, como en el anterior texto, es complejo ver la posibilidad de este mundo circular, sobre todo cuando el autor, al final, deja abierta la historia, permitiéndonos preguntarnos ¿Qué pasará contigo, Bob Wilson?


Un conjunto de caras que no tienen sentido
Después de volver me pregunto si hay algún sentido en la búsqueda de la identidad. Así como Bob, yo me encuentro con mis otros yo constantemente y, como el más "viejo de todos" me aconsejo en silencio, no vayas allí, o has de una vez eso que deseas. Me miro en detalle y animo a continuar a ser como fui para poder ahora existir. Aún no se me aparece un yo más antiguo que me diga que entre a ningún portal, o un otro que me diga que no juegue con eso, pero seguro en algún momento tendré la oportunidad de preguntarme qué fue lo que pasó para que terminara así.

Quizá esa fuera la pregunta de Robert A. Heinlein en sus textos. ¿Quienes son esos que aparecen en la vida? ¿No seremos más que nosotros reflejados en el otro? No me resultaría en lo absoluto extraño. Al final, la ciencia ficción y la fantasía no son visiones a un mundo deseado, son visiones al mundo en el que vivimos, solo que un poco más deseables (o nada deseables en algunos casos), son visiones de la realidad, solo que un poco más creativas.

jueves, 7 de marzo de 2019

Aproximación al patetismo


Estoy probando la funcionalidad de este teclado. El teclado está en inglés, entonces es un poquito incómodo, pero, en realidad, no implica ningún problema. Está bastante cómodo escribir en el porque hace ruido, pero no mucho, sino uno mecánico bastante sencillo y hasta agradable. Eso me hace pensar en lo importante del silencio. El silencio es importante para poder escuchar con calma. Creo que es más bien eso lo que me mantiene distante de los lugares apretujados y concurridos. La posibilidad de escuchar completamente lo que está pasando a mi alrededor es algo invaluable. No se imaginan lo desesperante que es sentarse en un lugar a mirar al infinito y no poder ser capaz de escuchar la gente que está sentada a nuestro alrededor.
Hoy me senté un rato en un café de un centro comercial. Es un café normal, tiene mesas, ventanas, sillas cómodas para sentarse un rato, pero no tanto como para pasar horas ahí está diseñado como un lugar de paso para la gente que entra y sale del centro comercial. Venga, siéntese aquí cómodamente y hable sobre las banalidades de su vida como si tuviera todo el tiempo del mundo, y apenas su culo se sienta incómodo levántese y deje a otro tomar el puesto de la falsa bienvenida.
Incluso las sillas acolchonadas, los sillones bajos que supuestamente están ahí para que uno descanse más cómodamente, son una mera ilusión de bienvenida. Al ser tan bajitos con un solo unos pocos minutos ya uno está listo para salir a dar una vuelta. Muy tercos todos nosotros, intentamos sentarnos en esos lugares durante horas para pasar un buen rato. Resulta insoportable ya quedarse en casa, silenciosos, tranquilos, rodeados por nuestras cosas. Lo que necesitamos es salir a que la vida nos rodee y nos muestre todo el exceso que hay sin que podemos entender de dónde demonios es que sale la música de ambiente del local, o donde es que se bota la basura que el anterior cliente dejó en la mesa, o cómo se supone que uno aproveche las mesas de afuera durante tiempos de lluvia. Salimos a encontrarnos con un montón de cosas que es imposible comprender de primera y las cuales hay que catalogar como “conceptuales” o “de la high” como para sentir que tiene un lugar para alguien y no es ese lugar que, de cierta manera, nos repele a todos sin ningún tipo de miramiento.
Me quede o no igual estaré pensando en salir mañana en la mañana para ver si me encuentro con alguien. Por que lo que me la paso buscando es un encuentro casual e inesperado con alguien que no haya visto en mucho tiempo. La realidad es que no hago sino desear encuentros fortuitos, ha pasado mucho rato desde la última vez que me encontré con una persona. Me la paso rodeado pero solo, el mayor problema de la cotidianidad es ese, que salgo a la calle a escuchar las conversaciones de las muchachas y a buscar si alguna quizá me mira a los ojos cuando camino por la calle, pero así haya un cruce de miradas no hay ningún encuentro, no soy sino un tipo que anda por las calles consumiendo ruido para llenar la soledad y que no puede evitar quejarse de esa vida sin más acciones que mantenerla.

domingo, 3 de marzo de 2019

Reseñas recuperadas - Bóvedas de Acero de Isaac Asimov

Entre las otras reseñas que me encontré por ahí, de esas que escribí a las patadas hace más de tres años, veo la mucha mierda que intentaba hablar. Con dotes de grandilocuencia escribí lo que creí una reseña (o lo que creo que creí que era, porque la dejé abandonada así como si nada) y que aquí saco al mundo tras eliminar uno que otro detalle vergonzoso que dejara en evidencia mi magna ignorancia sobre los asuntos que intentaba tratar:


La estructura de la novela policíaca ha adquirido ya el nivel suficiente para ser llamada clásica, y uno de los hechos que soportan esto es el que Asimov utiliza la idea básica de un relato policíaco (crimen, teorías del detective, resolución) en más de una de sus novelas (Además de Bóvedas de acero, también lo hace en El sol desnudo e incluso podría decirse que en El fin de la eternidad hay una trama policíaca de fondo). Esto podría explicarse por la cercanía de esta estructura con el método científico.

Pensémoslo únicamente al nivel de un esquema ensayístico (tesis, hipótesis, conclusión) y podríamos encontrar la cercanía y el motivo para que este científico prefiriera el relato de detectives para introducirnos en sus mundos de ciencia ficción. Y por cierto, esto viene a ser un gran logro por parte del escritor, pues el efecto de este relato policíaco en el lector es inmediato. El mensaje que intenta transmitir Asimov es mucho más profundo que la trama misma de la novela, y por eso se hace tan placentera de leer.

¿Cuáles son los mensajes de Asimov?

Que la tecnología debe avanzar con una ética propuesta, y esto se ve por todas las actitudes que toman los Espaciales en relación a la evolución de la raza humana.

Que la educación es la herramienta que llevará a las sociedades a la supervivencia, pues la mayor parte de los personajes se hacen mejores en cuanto pueden salir de su generalizada ignorancia sobre lo que sucede en su alrededor: y esto aplica tanto para los humanos como para los Espaciales y los robots.

Que la fe es un lenguaje que aplica para todas las esferas, y esto lo vemos con el uso de la parábola de la mujer adúltera que no es lapidada debido a las palabras de Jesús.

Hay una gran cantidad de elementos que pueden mencionarse, pero, luego de leer otras de sus novelas, de estar seguro que en términos de profundidad filosófica esta podría ser una de las más ricas, cabe decir que, no sé si por ser yo el lector o por una especie de distancia temporal, al final solo me preocupaba si Elijah Baley había sido ascendido al rango C-6.

Para cerrar mi comentario, todo falto de diligencia y seriedad, daré un poco de contexto a la historia que estaba "reseñando": Elijah Baley era el detective famoso. Tan famoso que lo llamaron Espaciales (seres vivos en una jerarquía superior al de la raza humana) para que dilucidara el misterio de un asesinato cometido por un robot. Cosa insólita, obviamente, pues las tres leyes de la robótica impedían que un robot dañara, así fuera por accidente, a un ser humano:
  1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
Siendo así, Elijah tenía el reto de descubrir quién entre los inocentes y libres de mal Espaciales había cometido el crimen y, en el proceso, generado una duda que ponía en riesgo la estabilidad de los planetas.

sábado, 12 de enero de 2019

Reseñas recuperadas - Todos ustedes, Zombies de Robert A. Heinlein


Reseñas recuperadas es una serie de reseñas perdidas en internet y escritas hace varios años a las que he vuelto para revisar. Todo lo que esté escrito en cursivas es mi lectura de las palabras que escribí en el pasado.

Lo primero que debo hacer notar es que es un relato corto. Está dividido en tantas partes como tiempos de los que habla. De resto, todo son estrategias sencillas de narración. Descripción, diálogo, anzuelos dato escondido, posiblemente más, porque ya no recuerdo como era que estaba escrito.
¿Cuál es el dato escondido? Si les dijera, no tendría sentido recomendar esta lectura, pero les doy una pista: Hay una película basada en esto, en ella hay un transgenero abandonado por su familia, un terrorista, una organización "todo poderosa" y algunas cosas sin sentido. No sé si son demasiados elementos, pero hay suficiente como para mantenerse entretenido. Quizá no sea la mejor interpretación o recreación de la historia, pero está bien, repito, es entretenida.
Uroboros. En algo estaba pensando cuando escribí esta palabra, no sé si por el ciclo o por mi vida, por la repetición, por la soledad, por la banalidad. La serpiente que se muerde la cola por toda la eternidad. Esa es la idea del cuento ¿Será?. Una historia que no deja de contarse, una vida que nunca acaba.

Solo queda una pregunta: ¿Quiénes son todos ustedes, zombies? ¿O será esa la única pregunta? Porque la verdad no lo entiendo, siempre que pienso en ello no soy capaz de entender, ¿a qué se refería cuando preguntaba por eso? Quizá intentaba despistar o solo exaltar al lector, o puede que fuera un comentario aleatorio... tantas cosas que no sé si podré dilucidar.

Aún con todo esto, antes de que me extienda más, si llegan a esto, léanlo, porque poco bastante difícil es de encontrar en las calles alguna de las narraciones de Robert A. Heinlein. La he buscado en los agáchese del centro, en las ferias de baratijas, en las tiendas de segunda mano y en las de grandes editoriales, pero hasta el momento no he sido capaz. Y si alguien lo ve, que me avise ¿sí?