sábado, 22 de febrero de 2020

El último de su especie

Alguien quiso, alguna vez, hacer acto de memoria. En un comienzo era nada más el intento por crear un archivo sencillo que describiera lo que fue su vida, desde su nacimiento, pasando por los primeros recuerdos de la infancia y los que quedaban de la adolescencia, hasta que se hizo adulto y comenzó a trabajar. Era un tipo bastante joven, por lo cual era raro que hiciera sus memorias. Se había pasado años leyendo como luchaban los viejos por recordar los detalles más mínimos de su historia antes de poder plasmarlos en el papel, y a él eso le atemorizaba, ir perdiendo los hilos del tiempo y luego tener que rellenar los vacíos con retazos inventados. Igual ese temor no previno que dudara de algunas historias y así fue como empezó a ahondar.

Lo primero fue como se conocieron sus padres. Quiso hablar con ellos sobre eso y se obligó a salir de su cuarto para preguntar, le contaron la historia del amigo mutuo y las salidas de jóvenes. Con eso pudo volver y relatar los anales de su existencia más distante; acabado eso vio lo que faltaba. No tenía la historia de su familia, no sabía quienes eran los padres de los padres de sus padres, y tendría que salir a buscar respuestas a todas las preguntas que tuviera. Al salir se encontró con el tiempo que había pasado, detenido en la ficción de su cuarto, y las fuentes fueron aún más difíciles de encontrar, pudo hablar con su abuela materna, pero ya no había nadie más a quién preguntar sobre el pasado de ahí para arriba.

-Y entonces estaba la tía Pepita, que era la que más nos consentía, aunque era obvio que prefería a su tío Hernando. Aún así ¿sabe? ella nos daba lo que los papás no podrían jamás. -contaba con la viejita una y otra vez. Alguien escuchaba con atención, a ver que detalle nuevo le compartía, aunque cada vez que repetía el relato perdía motivación. Con horas reales de historias encima regresó a registrar lo que había visto.

Ahí si que pasaron los años, Alguien encerrado en su habitación, intentando recuperar algo muerto, solo se percataba del tiempo cuando pasaba un hermano a anunciar el velorio de no se qué familiar que era relativamente cercano y al que tendría que ir. También, entre tanto, lo invitaban a cumpleaños de niños nuevos, pero con apellidos diferentes, de las hermanas que habían parido los varones de otros varones, y los hombres que habían adquirido el apellido de sus esposas. Incluso lo llevaron a la fiesta de adopción de un niño que quiso mantener el apellido de sus padres reales. Alguien sintió la más grande alegría con esa invitación, a pesar de la evidente distancia de la realidad que representaba para todos los demás.

Con todo eso empezó a preguntarse qué sería terminar siendo el último de su propia familia. No lo veía pronto pero sus hermanos y hermanas eran ya mayores y recorridos. El tiempo había pesado sobre sus cuerpos en movimiento más que en su cuerpo estático. Además, él estaba solo. Entre recordar y recordar empezó a meter en el camino las historias de los nuevos familiares que salían y salían de quién sabe donde sin que se percatara por un instante. Cuando sus hermanos dejaron de pasar por su puerta a avisarle de las muertes y los nacimiento, Alguien dejó de salir de su habitación, a duras penas comía porque le dejaban alimento al alcance de la mano.

En la habitación quedaban muchas hojas llenas de garabatos, intentos de frases que sumaran con simpleza todo lo descubierto con los años, las historias y las miradas de quienes las escucharon. Se volvió una cosa de honor, un objetivo último, poder sumar en una sola frase lo que había visto en ese recuento, el logro de quien se adelantó a su vejez para poder recordar en paz. Dejó alimentos podrirse a su alrededor sin que se diera cuenta, le crecieron las uñas hasta enroscarse en sí mismas, el cabello se enamarañó increíblemente para un tipo canoso, sudaba en las tardes de verano y con sus mechas se protegía en el invierno, luego de incontables noches sin sueño pudo, por fin, dar por terminada su empresa.

Ya cuando salió del cuarto no vio a nadie. Todo estaba desierto. Soltó un grito al que solo respondió el eco.

Se fue caminando por ahí y se olvidó de sus memorias.

Era alguien que vagaba por ahí.

jueves, 6 de febrero de 2020

Ya no sé

Ya no sé qué compartir.

Puede ser que no tenga nada en mente. Nada qué compartir, que sea solo un animal que reaccione a las preguntas y responda, en tono quedo, algo lastimero, lo que sea que busquen de mi, y si no lo tengo, un quedo "no sé".

A veces respondo con más que esas palabras, como forzado para evitar la mirada llena e preguntas. Pero antes tengo que sentirlo, tengo que decir "no sé" y dudar, creer que quizá, de pronto, tal vez, puede que tenga algo que decir al respecto, sea lo que sea. Pero luego de decirlo me pregunto si no solo lo dije como por decir algo, como por imaginar, como por poner un límite a la vida, a las acciones que pudiera realizar.

Ahí es cuando me pregunto que son los sueños. Yo solo pongo palabras en cadena y voy armando un escenario. La vista desde la ventana en el altillo de un apartamento desconocido, los edificio circundantes, la lluvia que golpetea sobre el tejado y el temor del muchacho a que en la noche le caiga una gotera justo en la cara, o en el centro de la cama, negando la libertad de explayarse de un lado para otro. Pero eso tampoco pasa. Solo está en una cama desconocida, con las cobijas desconocidas, rodeado de su ropa y libros que ha podido acomodar en un armario empotrado en la pared. Durante toda la vida había soñado con tener un armario así, en donde pudiera esconder todo lo que quisiera guardar, donde hubiera cajones con cosas olvidadas y espacio suficiente para dejar algo vacío. Está contento pero no lo está.

Si pudiera no decidir sería lo mejor, así se evita la tendencia al pesimismo, que de una vez le dice como "no, eso seguro no sale bien" o "lo van a rechazar", y es un pesimismo como infundado, quién sabe salido de dónde, porque no es que haya intentado mucho alguna cosa y tampoco es que haya fallado demasiado, quizá un par de veces, amores -como es natural- y alguna que otra oferta de trabajo que no supo aceptar o para la que no se presentó con demasiado entusiasmo.

No sabría decir si el sujeto del altillo sabe qué es lo que quiere en la vida (no es que deba saber), pero de ahí que haya tanta incertidumbre, tanta indecisión.

Ya no sé si querer algo funciona así de fácil, o vale lo mismo que ir a la deriva.

Qué será esa cosa dizque satisfacción.