viernes, 9 de agosto de 2019

Volviendo al ruedo

Recientemente he estado pensando con insistencia en las ruinas de edificios en ladrillo que se van hundiendo con los años en la arena. No sé si me gusta tanto jugar con la idea de la memoria y la decadencia o solo es una fijación como la de un personaje de novela sobre las plantas que se pudren frente a su cámara en constante grabación. Por ahora solo pienso en eso y hasta hago bocetos malos con un árbol en medio.

Mis trazos siempre han buscado poner en el papel la rugosa corteza de un árbol, que sea bien claro lo nudoso y ancestral, pero siempre fallo, así que mientras tanto intento contentarme con lo que ilustran los que sí saben dibujar.

Cuando era pequeño viví en casas grandes con patio traseros enormes, vista al parque o la montaña, teníamos un camino de la chaqueta, un aguacatero que soltó su fruta sobre mi cabeza y huertas sencillas para jugar sobre ellas. Me encantaba cavar agujeros en las tardes más frías. En una de esas casas solía encontrar juguetes viejos y hechos pedazos nada más empezar a palear tierra a un lado. La única otra vez que sentí una emoción parecida fue cuando llegué a la gran ciudad y escarbé en un arenero del parque, salieron a la luz unas fibras negras que parecían cabello. Esa vez sucumbí a un terror insoportable, la idea de un cuerpo enterrado bajo mis pies en la tierra de lo desconocido. Una emoción de igual nivel, pero difícil de relacionar. Cuando cavaba en el patio me aceleraba el corazón la idea de encontrar al fondo un tesoro o, por lo menos, los huesos de una mascota escondida en la tierra cientos de años atrás.

De alguna manera creo que siempre fui un aventurero, a mi propia manera, primero cavando huecos, subiendo un par de kilómetros en bicicleta, saltando la primera vez de un trampolín (todo muerto del miedo), en el viaje, leyendo mis primero libros, golpeado una batería con un poco de ritmo, aprendiendo sobre matachos chinos, aprendiendo el chino que hablaban esos matachos, un poco de carpintería, plomería, pintura y otros efectos para la remodelación,  otros idiomas, otros libros, otros hobbies más fantásticos, más ñoños, más abstractos, sentado en la noche, frente a la página en blando, mirando los rayones, los textos, los trazos, como en la espera de esa emoción una vez más.

Como me la paso tan quieto, para volver al ruedo, lo mejor que puedo hacer es entablar la conversación, así que si saben de dibujos, árboles, ruinas u otros objetos, yo los escucho y les contesto, para eso aprendí de todo un poco.