lunes, 9 de marzo de 2020

Recuperar la ligereza

En más de una ocasión me he encontrado bloqueado por andar pensando en miles de complicadas combinaciones de vivir. Veo en los libros un afán de tal nivel que no soy capaz de aceptar y seguir adelante, sino que tengo que rumiar la dificultad infinita hasta el hastío.

De la misma manera me acerco a la gente. Una amabilidad pausada, como retenida en la distancia de la soledad y que solo se expresa con palabras y miradas a los ojos, pero nada más. No puedo felicitar con tranquilidad, ni sentir emoción por los éxitos ajenos. No sé si sea envidia, frivolidad o indolencia, pero tan poco es lo que veo en las vidas extrañas que no logro relacionarme, como si hubiera dejado de ser humano desde hace rato.

En un apartamento compartido me siento más cómodo por escuchar desde la distancia la vida de las personas que medio actúan en sus habitaciones, cruzar furtivamente el pasillo cuando oigo que se encierran en sus habitaciones, lavar la ropa cuando no hay nadie, despertarme más temprano que todos para salir sin tener que cruzar palabra con ninguna persona. La vida en conjunto con los desconocidos es la misma vida de la no vivencia. No vivir es simplemente estar igual que está el árbol que cae en un bosque y no tiene nadie que lo oiga.

Esa continua inexistencia alcanza su máxima expresión con el hastío absoluto; no más buscar escapes de la vida en historias de otros, lo que han puesto a nuestros pies para aprovechar al máximo ya no resulta atractivo. Un escape resulta ser solo un escape.

Puede que sean solo cuidados paliativos, pero es en esos momentos cuando más disfruto de una novelita corta y ligera, que no ahonde en nada, sin mucho drama real... historias de decisiones predecibles, como resulta la gente de la vida de verdad, que uno termina siempre sabiendo cómo actuarán antes de que hagan las cosas. Yo no sé si sea siempre, pero hasta ahora, santo remedio para ese afán de alejarse de la realidad.