sábado, 10 de noviembre de 2018

De la norma

Había aquí antes una introducción sobre la flexibilidad y cómo con el tiempo me he vuelto más relajado. En vez de eso, sin importarme nada, paso a lo siguiente:

Cuando me veo, cuando observo el lugar en donde me encuentro, cuando me pregunto sobre el camino que recorro, cuando recuerdo los pasos que he dado y las cosas que olvidado, los ojos, las manos, los vientos, solo pareciera que yo me dejo llevar sin ningún sentido en particular. Estoy aquí solo por estar, traído al mundo por un amigo, empujado por un desconocido con el que siempre hablé.

Cuando vivía en otra ciudad creía (y decía con completa tranquilidad) que el viento era mi amigo. Que la lluvia llegaba cuando me entristecía, que mis oídos estaban hechos para las palabras de la brisa en la mañana y el arrabal de la tarde; cuando salía me atacaban chapuceros de mentiras en venganza por mi olvido. Incluso en una ocasión dije tener tal influencia en el viento que podía traer un rayo a mi mano, todo místico (y hablador, como siempre) levanté la mano al cielo ya agitado y dije "ven, muéstrales".

Calló la mirada de los tres, la muchacha que me gustaba y mi amigo esporádico, cayó la luz y el estruendo llenó el aire que nos rodeaba.

Al día siguiente, igual, la chica se fue llorando porque no tenía cupo en el retiro y yo, sin la ayuda de mi amigo, no pude más que mirar desde la distancia sus lágrimas tristes en la lluvia.

Quizá desde entonces nunca más volví a hablarle, así que ahora me desdoblo, con la esperanza de que estas palabras que nunca podrá oír de alguna manera lleguen.

Solo quiero decir: "Ven, muéstrame".