Le pasa de todo al muchacho. Encuentra secretos que no
quería saber, encuentra personas que no quería ver, tiene conversaciones que no
quiere tener. No está preparado para ninguna de ellas y la sola idea le produce
terror. Terror de ver la vida con ojos sin capacidad, de escuchar sin poder
entender, de hablar sin saber de qué habla. Igual el temor no le sirve de nada
porque la vida lo atrapa sin que le de oportunidad de hacer alguna de las
cosas.
En todo el trayecto se cruza especialmente con su papá. No
tienen la mejor relación, siempre sintió demasiada presión sobre él y excesivo
apoyo a su hermano. Era él quien terminaba cumpliendo expectativas mientras su
hermano no hacía más que pedir ayuda. Todos lo ayudaban, todos corrían a sus
brazos cuando lo necesitaba. Nunca con él. Eran dos muy parecidos, pero siempre
completamente diferentes, y la forma en que el mundo los relacionaba era lo que
más los distanciaba. Para ese momento el padre por fin ha entendido que el hijo
que le sobrevive era el que en realidad no lograba nada y, sin poder aceptar lo
que veía de sí mismo en él, se cierra a cualquier conversación.
El hijo con vida simplemente recrudece su desamparo por la
vida. Al final de cuentas solo se ha dedicado a cumplir. ¿Qué logro tiene el logro
si es el norte de otros? Todos los días se pregunta sin saber responder. En el
cuento no encuentra ninguna respuesta. No es como si la muerte lograra algo, de
ahí no llega nada, solo queda el vacío. Probablemente hubiera aprendido más si
hubiera estado más cerca de su hermano. Pero ya no se puede.
Y ahí se acaba.