miércoles, 5 de septiembre de 2018

El choque

Es una especie de cataclismo lo que ocurre cuando dos personas se encuentran de verdad.

Vuelan rocas de un lado a otro, polvo, plantas, animales; es una caída constante, partes de nuestra existencia que vuelan durante el choque de nuestras placas tectónicas.

Cuando menos lo espero veo como se acerca amenazante desde otros cielos una enorme masa de rocas, tierra y agua; toda una vida reunida y que en un instante irrumpe con violencia en mi tranquilidad. No suena lo que sale volando, estamos tan alto que la caída parece perpetua; solo escuchamos el resquebrajar de las pieles, como se abre la coraza, se separa la tierra y donde antes había una llanura ahora es montaña. Sin percatarme estoy entrelazado, cualquier movimiento hace crujir la existencia, a veces origen de placer, a veces dolor agudo. El crujido es tal que parece un trueno, y en los cielos que volamos a la distancia, parecemos uno solo, cuando en realidad son grandes manos que sostienen mis entrañas mientras en mis brazos sostengo toda su tierra bien junta.


Como cuando ocurren ciertas emergencias, la mente se bloquea y no piensa en más que en el choque fortuito y no en la separación; no piensa en las grietas que se forman, en las piedras que caen de su lugar y las pocas que se pueden salvar, no piensa en el posible desastre, en la tensión del vacío, de las carnes que ahora, solitarias, parecen propensas a romperse sin previo aviso, a caer en los suelos hechas polvo.

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