jueves, 13 de septiembre de 2018

Engaño primero

Aun con todos los esfuerzos, siempre queda un compromiso.
Es chévere creer que no, que uno tiene la libertad de hacerse el loco, engañar la mente y el espíritu y salir completo de ese destino que hemos encontrado, pero eso es puro cuento.
Una de las muchas mentiras que nos contamos.

Y pensemos compromiso no como una obligación con alguien o algo, sino como poner una parte de sí mismo en juego, sea cual sea el nivel.

Comprometí mi tiempo, es decir que corro el riesgo de perderlo.
Comprometí mi espacio, así que me expongo a contaminarlo.
Comprometí mi vida, y puede que sin darme cuenta cambie por otra.

Comprometerse es, simplemente, ponerse en juego.

Otro mal dibujo con la imagen de mi pensamiento
Es como si encontráramos en un bosque a dos árboles que crecieron muy juntos. Hay uno bien pegado a la tierra que crece recto y con orgullo, mientras que otro rodea la base con sus raíces, ladeando todo le tronco hasta el borde de una una estrepitosa caída.
Uno diría que todo está bien, si ambos pudieron crecer no habrá ningún problema, y de a mucho, el que más sufra será el ladeado, que caerá en cualquier momento perdiendo toda posibilidad de vida. Pero el árbol orgulloso también sufrirá lo suyo, perderá corteza, algunas ramas caerán al agitarse con violencia, y ya sin la protección de  su amigo cabrá la posibilidad de que se seque y muera. 

El otro, por su parte, si bien tendrá una muerte más pronta (respondiendo a su condena), podrá albergar en su interior lo que del suelo se levante y empiece a habitarlo. Pedazos de musgo y pasto, alguna enredadera que se abra paso entre las grietas, animales que aprovechen de sus huecos o sus ramas o sus hojas. De alguna manera, vivirá para siempre en la humedad de la tierra. Así quisiera, no lo dejarán solo.

Aunque tampoco hay que echarse cuentos. No hay quien se salve del orgullo ni la entrega, así que al tiempo todos estamos caídos mirando al cielo, dejando secar un poco la existencia mientras la vida nos consume.

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