domingo, 30 de abril de 2017

Actos fatuos ( I )

Ya varias veces he caído en el juego de bajar la aplicación para publicar entradas desde el celular. 
Como que tiene un sentido, pero tampoco es la gran cosa.
Con ella podría hacer los que más debería interesarme: escribir.
Pero la descargo y entro, no a escribir, sino a preguntarme por qué no puedo ver qué tanta gente ha visitado mis entradas o si tengo algún comentario, o desde qué país me han visitado.
Y como nada de eso puede hacerse, guardo el teléfono media hora para luego des-instalar una vez más la aplicación.

Es así como expreso no solo mi estupidez, sino también la abnegada presunción.

lunes, 17 de abril de 2017

Sobre las cosas que me digo (parte dos)

El pensamiento me impide desear. Lo único que se salva es el deseo de alguna actividad física que impida el pensamiento. Cualquier cosa puede hacer el trabajo. Trotar, boxear, cepillar un trozo de madera, cargar cajas en una bodega, hacer algún mandado, regresar a casa al final del día. Cualquier cosa sirve, aunque normalmente pienso en actividades sudorosas, como el sexo o las pesas. En mi cabeza suena más fácil la vida así, con gemidos y esfuerzos gigantescos invertidos en una tarea simple.
En vez de dedicarme a eso, me siento en la cama a observar el muro blanco de en frente. Trazo líneas con la esperanza de un logro al final de ellas. Por eso sigo, regreso y olvido el intento por hacer un tablero de Go. Trazar líneas para que cada una sea un logro. Un logro estético, donde pueda decir “¡Ay!, qué bonito”. Donde pueda poner la mano y deslizar el tacto de los pies, como si el mundo estuviera a punto de caerse. No al revés, que es una cosa tan cotidiana.
Simple, aún. Pero no, estoy mirando el muro blanco, trazando líneas imaginarias. La respiración de alrededor está apagada y el silencio es esa cima en donde siento que puedo vivir, aunque no puedo. No quisiera despertarlos. Que sus ojos volteen a la luz que necesito. Que sus voces se alcen a mis actos, a mis pasos que quiero, inevitablemente, resuenen. Es una ridiculez, pero igual sueño con el día en que camine en la oscuridad de mi casa y solo suenen mis pasos, solo suenen mis labios resecos de tanto respirar por la boca. Y no es algo que desee; solo sueño con eso. No lo deseo. Cuando ha sucedido ha sido solitario. Levantarse en la noche. Mirar por la ventana. No está claro, pero tampoco hay oscuridad. Encontrar frente a mi todas las otras ventanas de tantos otros edificios con velos que no dejan ver el interior en donde seguramente también habrán otras personas paradas en la mitad de la noche observando el mundo exterior en donde si se llegaran a parar resonarían como si fueran muchedumbre o maquinaria pesada. Personas observando lo que es el vacío. Reverberación.
Aun así, sueño con eso.
Eso es culpa de mi pensamiento. Tantas vueltas, tantos rodeos. Es culpa de mi pensamiento.
Por eso quiero hacer algo en donde sude.

Por eso ni siquiera lo intento.