domingo, 26 de agosto de 2018

En perspectiva

Una persona con su red
Llevo mucho tiempo pensando en las personas como islas flotantes con un árbol en el medio.

Por los aires circulas innumerables y son habitadas por una que otra bestia o pájaro silvestre.

Las islas se componen principalmente de rocas, alguna caverna llena de estalactitas y estalagmitas, arbustos y amplios terrenos en constante cambio.

Como ellas vuelan por ahí, sin algún rumbo determinado, no es raro que hayan choques entre ellas, origen de las deformaciones en el terreno y los cambios absolutos del paisaje.

De los sitios de choque solo saben los que participaron en el choque mismo; al mundo se ve como si nada hubiera pasado jamás, es como si en cada nuevo encuentro uno viera la total existencia del otro, la permanente esencia de algo que no se sabe cómo llegó a ser, ni qué llegará a ser.

viernes, 24 de agosto de 2018

La nostalgia

En la noche solía levantarme a mirar por la ventana la plazoleta del conjunto residencial en el que vivía.. Todo el mundo estaba dormido a excepción de unos cuantos insomnes. Me paraba en la ventana del tercer piso y buscaba otros edificios en donde la luz de alguna habitación estuviera encendida. Muy pocas veces encontraba algo pero estaba convencido de que tenía que haber más personas que estuvieran despiertas.

Pasaron los años y dejé de pararme en la ventana porque ya no estaba allí, las horas de la noche en que escrutaba la oscuridad cambiaron por horas de ocio sin sentido u objetivo, horas de elección y no de espera. Con el tiempo llegué a entender que la falta de sueño no era producto del inquietante sonido que producía la ciudad en la noche, sino el vacío evidente de la búsqueda inconclusa.

Irónicamente, en las tardes, luego de cumplir con mis pocas responsabilidades, salía a caminar por las vías del tren cercanas, observaba las hojas caídas sobre el pasto en derredor y sacaba fotografías del largo camino por el que sobresalían los rieles. Me iba solo a mirar un camino que quería tomar cuando era posible encontrarme con otras personas.

Y ahora tampoco salgo a caminar, ni a observar los árboles ni he montado alguna vez en tren y no sé cuando vaya a hacerlo (cosa que no parece estar en el horizonte). Ahora me despierto al final de la tarde y salgo por un café a la vuelta, y en el camino, aterido, observo la luna que esta baja e ilumina una porción del cielo mientras una nube se interpone. Ahora me monto en un bus y observo la basura que vuela libremente cuando no hay gente que la pise, veo las marcas en el asfalto, todas llenas de sombras que produce la luz mortecina que el humano engarzó en su poste.

En vez de buscar otros caminos, me escucho decir que me quedé esperando un cambio, una novedad. Pero eso solo quiere decir que me la perdí o que cuando tenía que tomar una decisión no lo hice. La ignorancia o la inercia.

Igual todo esto queda en el olvido, lo que perdure se convertirá en sonidos familiares u olores distinguibles, como el de la madera quemada al final de la tarde, que me habla de un tiempo que no he podido ubicar aún. Se sumará todo al conjunto de cosas sobre las que reacciono y si hay alguna cosa que valga la pena de todo eso, seguramente vendrá a golpearme en la cara cuando menos me de cuenta y terminaré roto en el suelo.

Lo triste es igual de inesperado a lo feliz, así que no vale la pena preocuparse por evitarlo.

sábado, 18 de agosto de 2018

Una manera de saber que ha sido importante

Sería curioso encontrar un pajarito que engañara a quienes lo siguieran. Pusiera señales varias en la ruta y mantuviera la distancia justa para que nunca pudieran atraparlo. Que ese fuera forma de vida, pues al perseguirlo otros animales estoy tumbarían al suelo comida y materiales para posibles refugios.

Sería un pajarito asustado. Saltaría de rama en rama cargando solo lo vital (en casos particulares, cargaría sus polluelos, no sé como), pero dentro habría un sentimiento de agradecimiento y amor por los cazadores que van en su búsqueda. ¿Cómo no amar a quien te alimenta?

Como agradecimiento, el pajarito canta una canción, la silba incesante en las noches, arrullando a las bestias que en el suelo esperan el amanecer para arremeter una vez más.

Una persona alguna vez capturó un pájaro de esos pero al poco tiempo se murió sin motivo evidente. Quedó sentado en su jaula, entre comida y excremento. La misma persona volvió a intentarlo, puso una jaula más grande y atrapó dos, uno macho y otro hembra, pero no salió como esperaba. El macho fue asesinado y la hembra murió con un par de heridas sin tratar. Definitivamente no podían vivir así.

En esos días no pudo escuchar ni una vez el cantar de las aves, así que fue nuevamente al bosque a oír cómo era que cantaban. Se volvió una costumbre y cambió la jaula para exponerlos en casa por una excursión para oír esos tramperos cantar.


martes, 14 de agosto de 2018

El Castillo de Kafka

Un dibujo mío de El castillo
Me dijeron que leyera "El castillo". Fue hace unos dos años que seguí ese consejo y desde entonces el libro se quedó guardando polvo en la parte superior de mi escritorio. Esta junto a "La metamorfosis" y una colección de micro cuentos y dibujos. Esos tres libritos de Kafka están rodeados por diccionarios, ensayos, revistas universitarias sin destapar, fotocopias y un par de autobiografías que tuve que escribir a lo largo de mis estudios. En resumen, está con las cosas que no suelo mirar.

Allá en la distancia estaba el castillo al que buscaba acceder nuestro agrimensor, igual de distante que está mi copia de su historia, Arriba, en la distancia, envuelto en tinieblas no solo físicas, sino también procedimentales; el eterno muro infranqueable que Kafka constantemente nos presenta. Es igual que en "Ante la ley", un mequetrefe intenta enfrentarse a los dictámenes de un ente superior y falla miserablemente.

Él en definitiva la tenía clara. Ese era su tema, su obsesión. El muro infranqueable al que siempre nos enfrentamos. Obviamente hay muchos otros temas. Hay cosa que ni siquiera le interesaban pero quedaron allí igual, hay cosas que ni siquiera fueron puestas pero al leerlas aparecen como si siempre hubieran estado allí. Solo creería que, después de ver tantas veces repetida, de maneras diferentes, la misma incertidumbre, la misma desazón, esa tendría que ser una obsesión, algo que necesita sacar de alguna manera, a ver si la vida cotidiana se hace más soportable.

No es que envidie su vida, porque en las historias está teñida de una tristeza insoportable, una pesadez que quién sabe a donde lleve a alguien como yo; pero si quisiera tener tan claras las cosas como él.

Ahora, también, cabe aclarar que si no quieren hacerse preguntas, mejor no lo lean, porque en esas es que uno termina, preguntándose. ¿Por qué?

Desde la ventana

Me gustaría contarles algo chévere. Algo que llamara la atención, que los atrapara un rato e hiciera que se olvidaran de sus preocupaciones. Pero al final yo siempre termino hablando de las mías propias, las imágenes que vienen a mi cabeza y soliloquios desproporcionadamente irracionales.

Una de esas cosas es la imagen que me hago cuando me recogen en la noche. El automóvil (una van muy pequeña en donde apenas si caben mis piernas) se desliza a toda velocidad, cayendo en todos los huecos y obligándome a saltar, y arrastra las luces de los postes, las casas y otros carros a los lados. Dentro puedo ver las calles vacías de personas, llenas de basura y mugre, los rastros de que alguna vez alguien estuvo ahí y no le importó en lo absoluto. Más que una descripción viva, la imagen que tengo es una lista de cosas. Bolsas que vuelan entre los carros, rieles fríos llenos de piedras y personas, caños sucios de agua estancada donde pululan las ratas, edificios cerrados porque no son las horas de negocio, lotes vacíos que se convierten en basureros, otras personas que en su mayoría regresan mientras yo salgo. Puentes, fachadas, gasolineras, restaurantes, cementerios. Hay una gran cantidad de cosas que son la ciudad de noche y, una y otra vez, inundando mis recuerdos de la soledad de la noche, cambiando los días por imágenes en blanco y negro.

Yo no sé que tiene la noche pero termina siendo mejor que sea para mi.

Aquí es cuando comienzan las palabrerías que en general no tienen sentido. Seguro es que comienzo a hablar en un código especial dependiendo de eso en lo que esté pensando. Uso ciertas palabras para llegar a ciertas personas, uso ciertas fórmulas para que sean leídas de cierta manera. Publico en ciertos momentos para responder a eso mismo. Un código que esperaría que entienda el aludido, pero, al final, solamente entiendo yo, que soy el que pienso y siento en concordancia con ese código inventado.

Y decimos que hablamos el mismo idioma.

Trabajando me he dado cuenta de cómo todos hablamos de una manera completamente diferente. Ni siquiera son las palabras las que comunican, son determinadas acciones las que se interpretan y depende de uno entenderlas. A veces se envían mensajes al aire con la expectativa de que alguien los atrape, o por lo menos los reciba como se recibe una roca del cielo.Hay gente que puede entenderlos y gente que no. Gente que decide ignorar esos pedidos y gente que los usa para su propio beneficio. Nos comunicamos como nos sirve, como ganamos paz mental. Nunca es completamente honesto lo que decimos, pero siempre y cuando con eso hallamos completado el mínimo de comunicación para nuestro estándar, todo estará bien.

Yo quisiera decir que funciono de manera contraria. Que me comunico claramente, que pregunto lo que ha de preguntarse, que interpreto el lenguaje de los demás y busco las mejores palabras para un mutuo entendimiento. Pero sé que no. Yo entiendo lo que quiero entender y comunico solo parte de lo que tengo en mente. Hay tanto que se queda por fuera.

Es por eso que me recogen y me llevan, porque prefiero ver desde el otro lado de la ventana toda esa mugre y desolación a ser parte de ella.

Bueno... aunque al final todo eso es un engaño.

domingo, 12 de agosto de 2018

Un libro que no he terminado (El plantador de tabaco - John Barth)

Fragmento de la portada de la edición de Sexto Piso
He aquí un nuevo Quijote, la historia no de un caballero nacido luego de leer muchas novelas de caballería, sino de un poeta nacido luego de leer mucha poesía. El nuevo Homero americano (nacido en Estados Unidos de América, pero criado en Inglaterra tras la muerte de su madre), un tipo alto y flacucho que parte en busca del amor, la fortuna y la fama que pueden traer sus fabulosas palabras; hombre de repentina fama, adquirida por cosa de un título futuro entregado por un Lord en declive.

En su ineptitud, Ebenezer (nuestro poeta) se enamora, sin ningún motivo particular, de una prostituta amiga de la taberna en donde suele ir a escuchar las tertulias de "intelectuales". Ella se ofrece insistente mente por un pago reducido y él se niega en nombre de su profundo amor. Aun que no sucede nada entre los dos más que el tiempo que comparten en la pugna por llegar a un encuentro carnal que nunca llega, a Ebenezer le cobran (a un costo bastante alto) ese intento por hacer que pierda la virginidad.

De ahí arranca su travesía llena de palabrería adornada, poca profundidad e incertidumbres nacientes de historias inconclusas. Saqueos, robos, reclamos, hay de todo en el camino que emprende a Maryland, la tierra prometida de su padre, en la que debería ser capaz de crear un poema épico que hable de la gente, la tierra y las maravillas encontradas en ese paraíso terrenal que se supone que es el nuevo continente.

Pero yo me quedé en la página 245. No avancé más de ahí invadido por un cansancio extremo. De ser un poco menos persistente, habría dejado la historia muchas páginas atrás. Aún así, la idea de que eso no es ni la mitad (ni un cuarto) del camino para llegar al final de la historia me abruma. Quién se pueda esforzar tanto para llegar a la conclusión, que por favor me lo diga.

Ahora, puede que no sea culpa del libro. Puede ser pura cosa mía. Yo, que no tengo las energías suficientes, que ahora necesito es el respiro corto pero denso de las novelas cortas, que no tengo cabeza para concentrarme en una sola cosa, sino que voy saltando de pensamiento en pensamiento en busca de un asidero. Quizá, cuando mi cabeza se calme, pueda volver y sentarme al final de las tardes a leer una página tras otra. Quizá significa que solo quizá.Es muy incierto, porque, aunque para todo hay momento, hay cosas que se intentan una sola vez en la vida y de ahí en adelante uno no se las vuelve a encontrar. No me da miedo que no vuelva a intentar este libro, pero una cosa siempre recuerda a otra, así que también preferiría no dejar la lectura incompleta, solo para no recordar que ahí se quedaron cosas pendientes.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Arrasad las semillas, fusilad a los niños - Kenzaburo Oe

Un fragmento de la portada
No tiene pelos en la lengua este hombre al momento de hablar de la intimidad que viven seres humanos amenazados constantemente por la muerte. No teme comenzar su historia con unos niños que muestran sus circuncidados penes a las señoras del pueblo campesino local, ni teme que esos mismos niños hablen de cómo desearían encontrarse con algunos cuantos cadetes para pasar una noche calurosa. Son niños, solo se los denomina así, no se dan edades, no se los describe mucho, así que son solo niños, pero ellos hablan así.

Minami tiene que aplicarse un ungüento cada mañana en el ano pues la última vez que vendió su cuerpo quedó resentido. El niño es la imagen de la irreverencia; intenta escapar en varias ocasiones, arrastra a otro con él para después dejarlo a su suerte y despreciarlo por resultar un lastre más que una ayuda, se pelea con los otros muchachos por la supremacía y, aunque pierde, sigue buscando el ángulo desde el cual puede disparar sino golpes, por lo menos palabras asesinas. Y ese mismo espíritu invade al de todos los niños que "profanan" los hogares de los campesinos que supuestamente tienen que acogerlos.

Es la Guerra, pero no solo la mundial, sino la de supervivencia entre gentes de un mismo país. Los campesinos son detestables, unos seres envidiosos, agresivos, temerosos de la diferencia hasta el punto de creer que unos simples niños traídos de otro lado pueden ser el augurio de una tragedia. No les importaría matarlos a todos si no fuera porque necesitaban mantener una imagen; así que solo muestran un poco de sus intenciones y van desahaciendose de lo que pueden. Primero los abandonan a su suerte, luego los ajustician como criminales. Lo que sea a su mayor conveniencia será el resultado final, la realidad.

Nuestro niño narrador es el hermano mayor de todos. Solo es el hermano real de otro niño -que es su hermano en toda la historia,  y que todos los demás niños llaman "tu hermano", así que nunca sabemos el nombre de ninguno de los dos - y a pesar de todas sus acciones por apoyar al grupo, no todo en él es bueno. Resulta ser un violador, un muchachito orgulloso y que repudia profundamente lo intentos de otros por aplacar su virtuosidad. Qué admirable, ha de pensar él que es. Y al final solo queda la desesperación.

Si habláramos de justicia necesitaríamos concluir que eso no existe. Que la justicia se la inventaron y la dejaron tirada en algún lado cuando empezaron a contar esa historia. La justicia resulta ser algo con lo que no se puede hacer nada. Nunca nadie puede hacer nada. Nosotros no podemos hacer nada.

Ojalá tuviéramos más la capacidad de decir las cosas de manera tan cruda como él. Sería bueno seguir el ejemplo y dejar todas las rocas levantadas, en vez de ocultar en artificios los miedos y los secretos oscuros que pudiéramos tener. Posiblemente nos mataríamos unos a otros del dolor, pero sería mejor que morir engañados.

Aunque, quizá, podríamos aprender...

Explicación

Al final, lo único que poseo en realidad son las palabras que junto y, por asares de la vida, hablan de mi, los demás, y cosas que nada tienen que ver con el mundo real.

Siempre que escribo hablo sobre mí. De alguna manera, así no lo quiera, termino inserto en lo que he escrito, pensamientos y sentimientos que se filtran son obsesiones con las que lucho, pero que a fin de cuentas no puedo controlar. Si nombro la tristeza, es porque la siento; si hablo de la soledad, es porque la siento. Y puede que desde lejos parezca improbable que sea yo el que experimente mis historias, pero no se trata de las historias en sí mismas, si no lo que evocan.

Y no importa si no ves donde estoy. Si lo que yo te cuento genera algo, una duda por lo menos, ya estoy haciendo algo bien. Ahí es cuando hablo sobre ti. Si al leer alguna cosa que escribo tu necesitas detenerte a observar por la ventana, tomar una pequeña pausa o comunicarte con alguien para confirmar que las cosas siguen como son, creo que estoy haciéndolo bien. Habría logrado convertir mis experiencias en algo con lo que otro se pueda relacionar, aunque por mi no haya ningún miramiento.

Aunque hablemos de artificios apunto a ser sincero en toda situación. Así me auto-proclame charlatán, así diga que la mitad de mis palabras son inventos, quiero atenerme a la verdad. Pero la verdad no es solo lo que diga al pie de la letra, son los motivos detrás de una palabra, de una pregunta indeseada.

¿A dónde llegará lo que intento decir? ¿A quién llegará?

De todas maneras hay que recordar que todos hablamos a alguien directamente, así sea a nosotros mismos. Cual sea el mensaje ya se definirá. Hay que seguir intentado llegar lo más lejos que la voz alcance.

domingo, 5 de agosto de 2018

Atrapado sin salida - Ken Kesey

Un rostro de portada

No sabría decir exactamente por qué me costó tanto leerlo. Al comienzo pensé que era la edición. Oveja Negra, 1984. Un libro de letras apretujadas y tinta ligera que parecía que se borraría si solo pasaba mi dedo sobre las letras. El contraste con libros que acababa de terminar (por la comodidad del formato, por lo nuevo de su estado) quizá me frenó un poco al regresar a esas ediciones que leía cuando estaba en la universidad, las que compraba en los agáchese de cuarta mano, donde siempre había una oportunidad de encontrar una joya de libro con dedicatoria de amor eterno para Elvira, quien había terminado por regalar o vender el preciado título.

Cuánto he degenerado, ahora que no busco con la misma emoción esas historias secretas que se esconden tras las portadas de os buenos libros. "Te entrego estas letras que no son mías pero al leerlas pienso en ti y pareciera que las hubieran escrito por mi para ti".

Ayudó mucho mi afán por regresar el tomo a su dueña el que hubiera logrado terminarlo. Tenerlo listo era una excusa personal, pero entre más me acercaba al final menos quería regresarlo. Igual lo tengo, igual quiero devolverlo, pero en el fondo permanece la historia. Esa no me puede abandonar, así que puedo dejar el os dobleces de la portada, donde se ha caído la pintura, regresen a su dueña sin problemas.

Ahora, no sé si mi voz pueda llamarla y hacer que se de cuenta que estoy aquí, con su libro en la mano, esperando a que me lo reciba de una vez por todas. ¡Ven aquí! ¡Ey! ¡Te estoy hablando! Parezco el Jefe, narrador de la historia, que guarda silencio en estos momentos porque en el pasado por más que hablara, gritara o lloriqueara, nada  parecía llamar la atención de los "adultos".

Incluso cuando habla por primera vez en diez años parece una cosa de fantasía. Parece un hecho que no estuviera sucediendo. La conversación en medio de la noche que sostuvieron el Jefe y McMurphy parece una fantasía de las muchas que el loco que nos cuenta esta historia tiene a lo largo de la novela. Las primeras palabras que dice no son palabras, son la historia de que dice las palabras. Las siguientes palabras que pronuncia son el desgarrador sonido del silencio que se manifiesta por fin y de ahí en adelante es el dolor que padece lo que traduce sus palabras, dolor que los otros locos entienden y pueden interpretar. 

¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Cómo podría ser que la locura no fuera colectiva y hablara u propio idioma? De hablar como todos los demás, la Señorita Ratched habría armado tremendo escándalo ¡Y este indio! ¿Qué? ¿Cómo es que habla? ¿Después de todos estos años? Eso era lo que me imaginaba, pero no sucedió en lo más mínimo.

Solo podía ser que hablaba en otro idioma, o que ella también estuviera loca.

Supondría yo que parte de la degeneración es considerar que yo también lo leo en otro idioma, y por eso me parece de fantasía que el Jefe pudiera decir algo en realidad. Así que hasta que no descubra en que idioma es que me parece de lo más natural que él diga palabras, yo también podría preguntarme si estoy loco.

La verdad

Ahora que me pongo a pensarlo, nunca he sabido controlar muy bien mis sentimientos.

Cuando llega el momento en que algo empieza a surgir temo el resultado porque, en general, termino yendo a los extremos. Amor profundo, odio profundo, tristeza profunda, profunda decepción, profunda alegría. Ciclo, de tanto en tanto, entre mis sentimientos más fuertes dependiendo de lo que suceda. Y si la incertidumbre ataca, salto de un lugar a otro, buscando una seguridad que muy probablemente no voy a poder descubrir por mi mismo.

Estaré iracundo, mantendré la calma, lloraré en la oscuridad -completamente compungido, herido sin reparo -, gritaré cuando no pueda más, o estaré muerto de la risa, entre dolores de estomago algo espasmódicos. Pasaré de un lado a otro con la velocidad de un rayo y todo para encontrar un asidero. A ver si en alguna cosa puedo sostenerme un poco, a ver si alguien se apiada de mi y con una palabra me libera de no saber qué está pasando.

En general, quienes me conocen, saben que sobre todo tengo una opinión. Pero eso no necesariamente significa que tenga un interés o un conocimiento. No me interesa mucho la vida de los demás. En general pasan desapercibidos los nombres de aquellos con quienes convivo, se vuelven todos caras difusas que traen a mi la imagen de sus preguntas, pero nunca la de sus propias identidades. Así es también con lugares, objetos y acciones.

No quiero ir nunca a ningún lugar, no me importa cómo sean las cosas, no quiero nunca hacer nada. O, por lo menos, no me nace en lo absoluto. Si me encuentran sentado en una banca de un parque, mirando las hojas viejas de los árboles que caen, tapando el camino de regreso a casa, van a darse cuenta que estoy allí por estar. Si me preguntan alguna cosa, responderé con el entusiasmo de quien encuentra un hueco y no soporta dejarlo vacío. No me nace, no me interesa y no lo hará.

Pero, cuando es al contrario, y lo saben quienes me conocen; difícilmente puedo liberarme de la pulsación que me impele a buscar desesperadamente lo que mi corazón anhela. A quien le haya dicho alguna vez que la quería, cuando lo dije lo decía en serio. No había nada que no hiciera para lograrlo, así fuera desde la distancia eterna. Así fuera desde la imposibilidad. Es lo que sigo haciendo a quien digo que yo quiero. Desesperadamente.

Y digo que no puedo controlar todo eso porque se nota en mi mirada. Ahora que lo pienso, siempre se ha notado en mis expresiones, que son usualmente planas, desinteresadas, pero que se transforman nada más empieza a subir la presión de mi pecho, empieza a atacar el frío en mi cabeza y se arma el nudo de mi estómago, que dolerá hasta que tenga una respuesta sobre la que yo pueda tomar una decisión. En grandes niveles, sufro, aunque no quiera, aunque me diga que no debo hacerlo, aunque encuentre que no tengo motivo alguno.

Así que si alguna vez me dejaste con alguna duda, si alguna vez hiciste algo que preferías esconder de mi o que su significado solo se me revelaba parcialmente porque no me dabas toda la información, te lo pido, completamente desnudo en toda la debilidad que esto me pueda causar, sácame de la duda.

Si por algún motivo crees que no me he dado cuenta, que no me puedo estar preguntando sobre el asunto, deja de engañarte. Todos sabemos que me doy cuenta así no quiera. Que observo las acciones de los demás así no sepa que hagan, que estoy distante y callado no porque este lejos, sino porque estoy demasiado presente, al tanto de todos los movimientos, incluso de los que no tienen significado.

Así que sáquenme de la oscuridad. Es mejor de esa manera. Ayúdenme a pararme en la luz. Dejen que yo sepa lo que no han querido, así me haga daño, porque no hay daño mayor que yo pueda sufrir que no saber, que dudar, que intentar creer en una cosa cuando mi interior me dice otra.

Todos podemos hacernos el favor.