miércoles, 8 de agosto de 2018

Arrasad las semillas, fusilad a los niños - Kenzaburo Oe

Un fragmento de la portada
No tiene pelos en la lengua este hombre al momento de hablar de la intimidad que viven seres humanos amenazados constantemente por la muerte. No teme comenzar su historia con unos niños que muestran sus circuncidados penes a las señoras del pueblo campesino local, ni teme que esos mismos niños hablen de cómo desearían encontrarse con algunos cuantos cadetes para pasar una noche calurosa. Son niños, solo se los denomina así, no se dan edades, no se los describe mucho, así que son solo niños, pero ellos hablan así.

Minami tiene que aplicarse un ungüento cada mañana en el ano pues la última vez que vendió su cuerpo quedó resentido. El niño es la imagen de la irreverencia; intenta escapar en varias ocasiones, arrastra a otro con él para después dejarlo a su suerte y despreciarlo por resultar un lastre más que una ayuda, se pelea con los otros muchachos por la supremacía y, aunque pierde, sigue buscando el ángulo desde el cual puede disparar sino golpes, por lo menos palabras asesinas. Y ese mismo espíritu invade al de todos los niños que "profanan" los hogares de los campesinos que supuestamente tienen que acogerlos.

Es la Guerra, pero no solo la mundial, sino la de supervivencia entre gentes de un mismo país. Los campesinos son detestables, unos seres envidiosos, agresivos, temerosos de la diferencia hasta el punto de creer que unos simples niños traídos de otro lado pueden ser el augurio de una tragedia. No les importaría matarlos a todos si no fuera porque necesitaban mantener una imagen; así que solo muestran un poco de sus intenciones y van desahaciendose de lo que pueden. Primero los abandonan a su suerte, luego los ajustician como criminales. Lo que sea a su mayor conveniencia será el resultado final, la realidad.

Nuestro niño narrador es el hermano mayor de todos. Solo es el hermano real de otro niño -que es su hermano en toda la historia,  y que todos los demás niños llaman "tu hermano", así que nunca sabemos el nombre de ninguno de los dos - y a pesar de todas sus acciones por apoyar al grupo, no todo en él es bueno. Resulta ser un violador, un muchachito orgulloso y que repudia profundamente lo intentos de otros por aplacar su virtuosidad. Qué admirable, ha de pensar él que es. Y al final solo queda la desesperación.

Si habláramos de justicia necesitaríamos concluir que eso no existe. Que la justicia se la inventaron y la dejaron tirada en algún lado cuando empezaron a contar esa historia. La justicia resulta ser algo con lo que no se puede hacer nada. Nunca nadie puede hacer nada. Nosotros no podemos hacer nada.

Ojalá tuviéramos más la capacidad de decir las cosas de manera tan cruda como él. Sería bueno seguir el ejemplo y dejar todas las rocas levantadas, en vez de ocultar en artificios los miedos y los secretos oscuros que pudiéramos tener. Posiblemente nos mataríamos unos a otros del dolor, pero sería mejor que morir engañados.

Aunque, quizá, podríamos aprender...

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