martes, 14 de agosto de 2018

El Castillo de Kafka

Un dibujo mío de El castillo
Me dijeron que leyera "El castillo". Fue hace unos dos años que seguí ese consejo y desde entonces el libro se quedó guardando polvo en la parte superior de mi escritorio. Esta junto a "La metamorfosis" y una colección de micro cuentos y dibujos. Esos tres libritos de Kafka están rodeados por diccionarios, ensayos, revistas universitarias sin destapar, fotocopias y un par de autobiografías que tuve que escribir a lo largo de mis estudios. En resumen, está con las cosas que no suelo mirar.

Allá en la distancia estaba el castillo al que buscaba acceder nuestro agrimensor, igual de distante que está mi copia de su historia, Arriba, en la distancia, envuelto en tinieblas no solo físicas, sino también procedimentales; el eterno muro infranqueable que Kafka constantemente nos presenta. Es igual que en "Ante la ley", un mequetrefe intenta enfrentarse a los dictámenes de un ente superior y falla miserablemente.

Él en definitiva la tenía clara. Ese era su tema, su obsesión. El muro infranqueable al que siempre nos enfrentamos. Obviamente hay muchos otros temas. Hay cosa que ni siquiera le interesaban pero quedaron allí igual, hay cosas que ni siquiera fueron puestas pero al leerlas aparecen como si siempre hubieran estado allí. Solo creería que, después de ver tantas veces repetida, de maneras diferentes, la misma incertidumbre, la misma desazón, esa tendría que ser una obsesión, algo que necesita sacar de alguna manera, a ver si la vida cotidiana se hace más soportable.

No es que envidie su vida, porque en las historias está teñida de una tristeza insoportable, una pesadez que quién sabe a donde lleve a alguien como yo; pero si quisiera tener tan claras las cosas como él.

Ahora, también, cabe aclarar que si no quieren hacerse preguntas, mejor no lo lean, porque en esas es que uno termina, preguntándose. ¿Por qué?

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