jueves, 20 de septiembre de 2018

Sobre el estado de las palabras

No tengo palabras. Me las he acabado. Las que me prestaron me las quitaron.

Las que quedaban se fueron y me sumí en silencio durante mucho tiempo.

Ahora, si todos somos como islas, ¿dónde quedan los caminos? ¿Por donde van nuestros pasos? ¿Habrá intersección alguna en la vía? De haberlos, no serían los típicos caminos de tierra, al andarlos no levantaríamos polvo, ni quedarían las marcas de los pasos sobre el terreno escarpado.


Casi tanto como he pensado las personas como islas, viene a mi cabeza la imagen de un cuarto vacío. Enorme y con sobras de otras vidas desperdigadas en las esquinas, como si fuera una especie de San Alejo de la existencia. A veces tiene estanterías, a veces solo plantas enredaderas que se asoman por la ventana, a veces solo sombras sobre el polvo, a veces solo la puerta de salida. Es un lugar de donde entran y salen multitudes de cosas y que nunca tendrá un "estado final".

A veces llueve, a veces golpea el sol con toda su fuerza. En una esquina una ventana está rota y por el hueco minúsculo que queda entra una enredadera que se asoma a la habitación vacía. Es curioso cómo el mundo va introduciéndose en donde se ha "detenido" el tiempo, donde solo se acumula polvo sobre los recuerdos y ni el viento puede levantar la capa gruesa que oculta toda existencia.

La habitación está allí, en donde sea que la ubiquemos, y rara vez nos sentimos compelidos a entrar en ella. En mi caso, permití la entrada y se llevaron los libros que había dejado guardados. A cambio me dejaron papeles y objetos, algunas páginas escritas a mano sobre el suelo, desperdigadas y cubiertas por el polvo, pero nada que me perteneciera realmente.


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