No suelo hablar mucho cuando llego a la casa.
Abro la puerta y miro al recibidor en busca de zapatos recientemente descalzados, no digo nada si los veo, ya me acercaré a saludar. Si no los veo no me preocupo sino que me quito los zapatos, me saco la chaqueta y vacío mis bolsillos, como liberándome de cualquier conexión con el mundo exterior. Es curioso que en casa sea lo que llevo en los bolsillos lo que me conecte con la calle, mientras que afuera es al contrario, una puerta al mundo que me espera de regreso.
Es chistoso darme cuenta que es bastante común sorprenderme por llevar horas sin decir una sola palabra y haber estado guardando el silencio por tanto tiempo sea una tarea que realizo con religiosidad. Aunque escucho ruidos y canciones, los vecinos que cruzan el pasillo, mi compañera de apartamento hablando cosas ininteligibles en su habitación, animales que corren, carros en la calle y demás, no suelto ni un solo sonido, no vale la pena, no hay nada que decir.
Y, ¿a quién tendría que decirle yo algo? Aunque dijera cientos de cosas, no habría nadie con quién conversar.
Sí, en circunstancias no está de más hablar consigo mismo, yo lo he hecho en más de una ocasión. En español, cuando intento contar una historia fantástica, o imaginarme un escenario social; en inglés si estoy molesto, intentando verme fuera del mundo cotidiano... incluso llegué a fanfarronear con algunas pocas palabras de japonés que logré aprender. Sí, también hablo solo, pero lo hago como el árbol que cae en el bosque donde no hay nadie para oírlo.
Sobre el silencio tengo que decir que es un viejo amigo y a veces me siento con él en una habitación blanca, a no hacer nada más que estar.
Haciendo nada más que estar*?
ResponderBorrarSupongo, aunque al ponerlo así suena más romántico de lo que pensaba. Eso va por una nota un poco más depresiva.
BorrarNo, es que yo me equivoqué también.
BorrarLa duda era si cuando ponías "a no hacer nada más que estás" no querías decir "estar"...
Jajaja, uno que es una vil güeva habla paja.
Borrar