viernes, 18 de octubre de 2019

Reseñas recuperadas - El Samurai de Shusaku Endo


Cuando el pensamiento no da abasto regreso a lo que ya he trabajado, a mis viejos pensamientos. En ellos veo lo que permuta y lo que dejé atrás, lo que permanece, lo nuevo:

¿Cómo quisiera escribir? Me pregunto regularmente. Es una pregunta que debo hacerme antes de sentarme frente al teclado o frente al papel (porque sí, aún me siento frente al papel, con bolígrafo o lápiz, durante horas, haciendo rayones, borrando, rompiendo y demás). ¿Cómo quisiera escribir? Posiblemente como Endo. Es admirable como logró construir tan bello relato a partir de una historia real, aprovechándose perfectamente de los vacíos y los datos reales. También quisiera ser capaz, también, de unir tantas culturas, tantas imágenes, tantos sentimientos como lo hace Endo en el corazón y la mente de Hasekura Rokuemon, el pobre samurai que fue enviado al otro lado del mundo en una misión imposible de cumplir y que le llevó no solo a la desgracia de su nombre sino a la pérdida de su vida en la hoguera. ¿Qué clase de muerte es esa? ¿Por qué en la hoguera? Las culturas son cosas complejas de explicar, y aún más cuando entre ellas está mezclada la religión. El padre que guía a los japoneses es una representación placentera de lo que algunos creen que son los sacerdotes católicos. Llenos de deseos mundanos e incontrolables, excusados en la santidad de su misión, llenos de fé.

El encuentro entre estos dos personajes fue fundamental para la unión cultura, para el transporte por los diversos parajes y para el efecto devastador y, extrañamente, tranquilizador que tiene el desenlace de la historia.
No conozco las fechas, pero la historia, esta escritura, tiene trazas, parecidos, conexiones que parecen ínfimas, inherentes e inevitables, con otros escritores japoneses: Kawabata en la cima, por ser al que más conozco, pero le siguen casi pisando sus talones Tanizaki y Oé. Valdría la pena averiguar, quizá todo tuviera una relación.

Como adición a todo esto debo agregar que esto fue un regalo de un amigo muy cercano. Él sabía de mi gusto por oriente y cuando no presentamos nuestras tesis de grado (porque nos graduamos juntos), tuvo el detalle de traerme esta belleza. Yo nunca le correspondí con un acto similar.

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