Soy una recolección de reacciones y recuerdos musculares. Soy una imagen en el rostro de los otros, el reflejo en el espejo, la palabra rebotando de pared en pared hasta que se apaga. Soy una masa amorfa que se mueve por la vida, con labios gruesos, piel mestiza, cabello largo y ondulado que causa envidia, pero masa al fin de cuentas. Estoy ahí y me muevo por voluntad de la vida, el deseo del mundo al verme nacer.
En las noches temo como se mueve el tiempo, que se estanca por un rato en tanto cae la oscuridad. Las horas no se mueven de la misma manera bajo el reflejo de la luna como lo hacen bajo los rayos del sol. Cuando trabajaba de noche era como si el tiempo no sucediera, daba lo mismo si era diciembre o junio, puede que de repente lo fuera, como puede que no. Fácilmente hoy en día no sería hoy en día sino ayer en la noche, o varios meses atrás. Para mantener la ilusión dormía todo el tiempo de sol que podía y solo delataba el cambio de tiempos cuando me decía que tenía blanca y pálida la piel morena que tanto les gustaba.

Buscaba en mi archivo alguna imagen para acompañar las palabras, pero mientras me perdía en formas y formas del pasado recordaba que eran las palabras las que debían traer imágenes, solas, por si mismas. La imagen de mi voz, la de mi mirada acusadora. Sea o no una masa, las palabras debieran hacer de mi una existencia.
Tenía por ahí guardadas las imágenes de un gran fuego, las chispas moviéndose de un lado al otro, pero al final solo encontré uno de mis primeros intentos por encender la llama. Ahí les dejo.
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