Quejas
Es muy difícil ser buena persona en esta época. Ser social, ser amable,
atento, generoso, inteligente, estudioso, una persona de fe y de actuar bien
intencionado. Sin vicios, sin adicciones, amante de los animales y la cultura,
informado en materia de política local, contexto nacional, noticias
internacionales y diferencias culturales. Pasarse de una o de otra puede ser
pecado mortal, porque, ay, que vaina, nos volvimos politiqueros, o pedantes
poetas, o vulgares pueblerinos o pobres de mierda. También, si nos falta alguna
perspectiva, dirán que somos ignorantes: nos falta como información. En la
conversación habrá un dejo de desprecio (y, más veces que las menos, no solo el
dejo sino una intención total) y no hay opción más que aguantar, porque, a ver,
ignorante, ignorante, ignorante.
Ser buena persona en este momento es muy difícil, sobre todo porque no
hay manera de esconder completamente todas las cagadas que uno llega a cometer.
No hay tiempo para relajarse, tomar asiento, respirar y olvidar, para luego
contar con la anécdota chistosa para una futura ocasión. Todos los días hay que
llegar a casa y contar que pasó esto y aquello, con lujo de detalles, ahorrar
el hecho, describir como me miró el profesor, o como me habló el jefe, o como
quise golpear al estudiante, o que las calles son horribles, y para colmo el
alcalde es un cafre.
Pero no solo hay que agotar el hecho; hay que pensar, pensar en exceso.
Pensar en lo que se dice, cómo se dice, cuándo se dice, a quién se dice, pensar
en el contexto político, social, de clase, de cultura y religión. Si me
equivoco en el término: me crucifican, me tiran a la hoguera, porque ignorante,
ignorante, ignorante. Entonces, además, no sólo hay que pensar en exceso y
agotar el hecho, sino que también hay que estar solo, sacar tiempo de la nada
para estar sólo y disfrutar de la Soledad. Pero, eso sí, si no le contesto el
teléfono se emputa, y si solo veo los mensajes soy un desgraciado. Porque no
hay excusa, siglo veintiuno, el mundo inter-conectado, incluso cagamos y
hablamos, hablamos, hablamos sin parar sobre los temas que nos interesan y
conocemos, y sobre los que no conocemos también hablamos hasta por los codos; sobre
los que nos interesan y sobre los que no; y sobre que el mundo es cada vez
peor; y que mucho abuso; y todo termina en que ignorantes, ignorantes,
ignorantes. Y entonces resulta que, además —y para agregar a todo eso— dormir
es pecado y milagro, porque debo ir y resolver, pero descansar ocho horas, no
dormir en la tarde pero de todas maneras nunca sobra una siesta después del
almuerzo...
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