lunes, 24 de marzo de 2025

Consumir

 Me imagino una hoguera y el crepitar de sus llamas.

Pongo música a tanto volumen como mis oídos puedan soportar; como para simular lo ensordecedor de la noche, las estrellas descubiertas sobre el desierto, la vastedad de la tierra a mi alrededor y los troncos que dan pequeños saltos frente a mi.

En la noche juego a que el vapor que sale, blanco, casi hielo, de mi boca es una nube que me roda, me abraza, me da un nido en el cual descansar; no importa si voy solo por la calle, envuelto en mi abrigo y la bufanda, así a cada paso me suden las axilas por tantas capas de ropa evitando que sienta el mundo alrededor. Me imagino el vapor acuoso de una narguila, el humo de un cigarrillo o un tabaco completo, las pequeñas brazas de una pipa y el olor acre pegándose a todo, mantengo la ilusión al sentir mi nariz congelada, el viento moviendo mi cabello, el brillo de las luces a la distancia, distorsionadas por el astigmatismo. Juego a que no estoy donde estoy, a que vuelo mientras camino, atrapado entre ropas y sueños.

Mientras miro al horizonte cae de mi labio cuarteado un pedazo de piel, cual laja de piedra. No tomo agua, solo miro a la distancia cómo es que las nubes se deforman, como planetas en colisión, anillos y luces de colores como en un atardecer. Si algo se mueve no lo siento, solo el ardor de mi labio, la idea de la sangre que podría caer de la herida. Estoy mirando el horizonte con la idea de mi vida en la punta de la lengua. Estoy viviendo solo dentro de mi cabeza, así observe en detalle los ojos de otra persona.

Recuerdo el olor a tierra caliente mojada con una suave llovizna. De mis olores preferidos. Quiero estar ahí, llenar mis pulmones con la sangre que flota en el aire, quiero que me inunde el momento, quiero volver. 



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