lunes, 4 de agosto de 2025

Propósito

Quedé con el encargo de corregir el blog de viajes que tienen mi tía y su esposo. Inicialmente estaba emocionado por la posibilidad de hacerlo, empezar a conocer todos los detalles de cómo había sido viajar por diferentes países, conocer personas y culturas muy distintas, exponerse a todos los cambios que se encuentra en el camino una persona que, si bien tiene una ruta, lo que está esperando es el "descubrimiento".

Creí durante un buen tiempo que eso era más que suficiente, la realidad: algo le hacía falta a la lectura.

Corregir textos no es especialmente emocionante. Si las palabras que leo no me interesan es un trabajo bastante operativo: quitar, poner, marcar, borrar. Actuar en función del diccionario, el manual de estilo, la academia y la expectativa que pongan sobre ti. Si a medio camino encuentro una voz dentro del texto, además, tengo que cuidar mantener ese tono, sea cual sea, para evitar tener que volver sobre mis pasos y corregir el trabajo que ya hice en un momento.

Y como todo trabajo operativo, corregir se vuelve bastante desgastante cuando no hay un objetivo claro en la lectura  que estoy  haciendo. Sí, claro, estoy leyendo para corregir, asegurar que el texto esté en el mejor estado posible y todo lo que quieras... pero... ¿Para qué estoy leyendo?

Esa es la pregunta que no me había hecho al momento de leer las cosas que estaba corrigiendo para mi tía. Y yo estaba terriblemente aburrido mientras lo hacía.

El propósito es una cosa que me causa problemas desde hace mucho. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién? Antes de que mi tía se fuera de viaje (del que no volverá hasta el próximo año), le dije que se preguntara qué nos quería contar cuando fuera a escribir para su blog, que se pusiera un objetivo con las historias o el reporte de ese día, así sería más fácil para ella definir hasta donde escribir, qué incluir y qué dejar por fuera, así como la intención que buscaba expresar. Aún no había leído yo nada de sus viajes anteriores, pero la emoción que vi cuando comenzó a hacerse preguntas sobre lo que escribiría debió ser una pista para lo que iba a encontrar.

Listas diversas; objetos, paradas, personas, lugares, visitas y un sin fin de adjetivos que fueron apareciendo sin orden o propósito. Agradecimientos sentidos pero poco específicos, comentarios sobre la carretera, los barrios sub urbanos de Canadá, árboles poco comunes en el país, vecinos, niños, sobrinos, eventos en galerías de arte y tiendas de comunidades indígenas que en el norte dominante llaman "primeras comunidades" (lo que para mí no significaba nada hasta hace muy poco), nombres de cosas ubicadas en mapas mentales que no eran el mío y, por tanto, flotaban en un sin fin de referencias que pertenecen a la vida privada de una pareja, el hermetismo propio de lo que se cuenta para uno y sin un objetivo en particular. Una serie de historias sin fin, pues cada "hola" estaba en el medio, y cada "adiós" era un comienzo.

Y sí, interesante y todo pero no lograba conectarme con lo que leía. ¿Por qué me importa leer lo que podría encontrar con una simple búsqueda en Google? Por que son los viajes de mi tía, pero ¿Qué de mi tía estoy encontrando en este blog? Lo que ella se encontró y una serie de comodines para reemplazar sus opiniones verdaderas, sus juicios y sus conclusiones. Leer toda esa ruta era más una tarea de colegio y una constante investigación (más que todo para dar orden y encontrar un sentido a todo lo que me contaban) que una manera de compartir la aventura. Yo no era parte de esa historia, ni siquiera como observador. Yo era, y soy, una máquina de consumo.

Y sí lo soy. Solo que no sé de qué.

Igual, he ido dando forma a algunas de sus frases. Ordeno, investigo, traduzco, acorto y aumento la longitud de esa historia y, de a poquitos, me pinto una imagen del viaje que tomaron, más allá del mundo natural que "nos inunda con su presencia", mientras me inundo en la envidia de saber que hay otros por ahí que encontraron una cosa realmente apasionante que puedan perseguir.

A comparación de ella, yo no persigo nada.

lunes, 24 de marzo de 2025

Consumir

 Me imagino una hoguera y el crepitar de sus llamas.

Pongo música a tanto volumen como mis oídos puedan soportar; como para simular lo ensordecedor de la noche, las estrellas descubiertas sobre el desierto, la vastedad de la tierra a mi alrededor y los troncos que dan pequeños saltos frente a mi.

En la noche juego a que el vapor que sale, blanco, casi hielo, de mi boca es una nube que me roda, me abraza, me da un nido en el cual descansar; no importa si voy solo por la calle, envuelto en mi abrigo y la bufanda, así a cada paso me suden las axilas por tantas capas de ropa evitando que sienta el mundo alrededor. Me imagino el vapor acuoso de una narguila, el humo de un cigarrillo o un tabaco completo, las pequeñas brazas de una pipa y el olor acre pegándose a todo, mantengo la ilusión al sentir mi nariz congelada, el viento moviendo mi cabello, el brillo de las luces a la distancia, distorsionadas por el astigmatismo. Juego a que no estoy donde estoy, a que vuelo mientras camino, atrapado entre ropas y sueños.

Mientras miro al horizonte cae de mi labio cuarteado un pedazo de piel, cual laja de piedra. No tomo agua, solo miro a la distancia cómo es que las nubes se deforman, como planetas en colisión, anillos y luces de colores como en un atardecer. Si algo se mueve no lo siento, solo el ardor de mi labio, la idea de la sangre que podría caer de la herida. Estoy mirando el horizonte con la idea de mi vida en la punta de la lengua. Estoy viviendo solo dentro de mi cabeza, así observe en detalle los ojos de otra persona.

Recuerdo el olor a tierra caliente mojada con una suave llovizna. De mis olores preferidos. Quiero estar ahí, llenar mis pulmones con la sangre que flota en el aire, quiero que me inunde el momento, quiero volver.