Una de mis hermanas tenía una tos que me tenía algo tenso, la idea de que nos fueran a sacar del lugar continuaba dándome vueltas en la cabeza cada vez que la oía toser. Fuera Covid, fuera un gripe normal o solo una molestia en la garganta, se me calentaban las orejas cada vez que la oía toser.
Cuando volteaba a verla ella estaba tosiendo, como cuándo la gente tose, algo inconsciente de su alrededor, completamente entregada al acto de toser; realizaba la moción, se cubría el tapabocas con la mano, simulaba la protección con movimientos acompasados al ritmo que imponían su bronquios, que intentaban sacar de su cuerpo el germen maligno, el mugre o el virus que contaminaban sus vías respiratorias. Detestable, poco amable, nada higiénico. A mis ojos, en ese momento, era como si se estuviera vengando con los demás, todos a su alrededor pagando el precio de su sufrimiento.
Pero en realidad era yo el que la hacía pagar. Aún estoy incómodo, me siento estresado, creo que no debimos estar ahí, viene n a mi cabeza mil y un razones para evitar esa salida, quizá no debí salir de casa hoy... Y, a la vez, no hay ningún motivo para que ella o yo, o nadie, deba esconderse en ningún lugar. Solo tienen que vivir. Entre más lo pienso más tonto me parece el sentimiento, mi reacción, porque al final no es su culpa tener una tos.
La película que vimos se llamaba "Shirley", sobre una pareja, una escritora aclamada y un profesor universitario, que reciben a una pareja joven en su casa con la intención de aprovechar el ímpetu juvenil y mejorar sus vidas, buscar inspiración, obtener comodidad.
La muchacha está embarazada y el joven busca el éxito como docente universitario. La escritora enfrenta una grave crisis depresiva, está aburrida, es manipulada por su marido, un coqueto vejete que salta de flor en flor y tiene en sus manos a la esposa del decano. La red de influencias se mantiene y el joven esposo salta de una chica en otra mientras pasa por el "Club de Shakespeare". Estudian el cuerpo de las obras, representan a los personas, viven en carne propia el drama de esa selección.
Durante la película me pregunté varias veces por qué era que no escribía yo con la misma entrega que el personaje representado. ¿No era esa mi vocación? ¿No es eso lo que quiero hacer en realidad?
Detesto, en este momento de mi vida, exponerme a esas obras que representan al escritor. Suelen presentar una imagen de cosas que yo no hago y me siento culpable de abandonar lo que hace unos años me comprometía tanto.
Veo el pasado y creo que me convencí de un discurso falso, que vi el futuro, en ese momento, con una convicción estéril, vacía, un engaño con el que convencí a todos y que hoy día se revela haber sido el más grande engaño al que me sometí.
Al final de la película las dos parejas se separan. Descubierto el engaño del joven profesor, la madre primeriza entra en crisis y su crisis inspira a la escritora. El esposo es capaz, luego de sus mentiras y su fracaso como persona, de buscar un nuevo hogar e intentar ir hacia adelante. El profesor leer la novela de la escritora y la admira -con algunas anotaciones, por supuesto -y la escritora dice que esta obra, esta maravilla de obra, le duele de verdad.
Le duele.
Y ahí yo pensé, ojalá yo algún día pueda decir que me duele una obra y no solo que me duele ...