Para considerarme tan observador y recatado, tan pensativo e introspectivo, que con todos los estudios y los libros que he leído, me sorprende un poco más cada día como es que puedo soltar palabras incautas sin darme cuenta.
Toda persona tiene un tono de voz predeterminado que se va forjando con el paso de los años y he visto que el mío es de una ironía comedida, una comedia ambulante de la vida cotidiana que raya con la malicia. No es ocurrencia, es solo desidia por lo que le pasa a la gente, los sentimientos de pesadez y cansancio, es el descarado desdén por lo que sucede a la gente que vive la vida. Sin darme cuenta me he creído algo más y ando deseando felicidad en los días oscuros, viéndole el lado positivo a las situaciones desoladoras y las oportunidades en la tragedia. Como un tecnócrata de la cotidianidad, sin creerlo realmente, le digo a todos los demás "sean felices, que eso no pasa nada", cuando en el fondo yo mismo reprocho la insolencia de los que disfrutan en las peores condiciones.
Todo por lo improductivo de mis actos. Soy como un personaje de novela, inútil por vocación.
Aún con eso, a la gente le agrada. O eso aparentan.