En una ciudad donde no hace sino llover, es todo un evento cuando para y se puede salir a la calle sin llevar un paraguas.
Hay una cantidad de acciones pequeñas que se vuelven posibles en el intermedio de la tormenta y su próxima iteración.
En la mañana contrasta el aliento con el mundo frío. Nuestro cuerpo caliente casi logra evaporar el aire húmedo a nuestro alrededor. En la tarde, cuando las sombras desaparecen, buscamos incansables un lugar para escondernos y ver en la distancia el calor distorsionando el asfalto. Al atardecer, poseídos por los colores nuevos, observamos detenidamente desde el techo de nuestras casas como es que el sol termina de esconderse. Son los mismos momentos, pero el tiempo se siente diferente.
Con el cielo despejado se vuelve posible observar las estrellas. Parejas y grupos se sientan desde donde puedan observar cómo la noche pasa, límpida, sin mancha alguna, hasta que la madrugada alcanza. Han apagado todas las luces de la ciudad, no se necesitan en medio de tanta claridad. La luna refleja el sol con fuerza y los ojos, ávidos de luz natural, hacen de faros para los deambulantes que buscan donde encallar. Para todos es una pausa placentera, algunos la disfrutan solo por la compañía, otros se dedican a hablar de los secretos que en la vida cotidiana no pueden salir, los que están solos se regocijan solo por la oportunidad. Es un momento íntimo entre dos, el yo de ahora y el de siempre que evita mirar al cielo.
Pero en cualquier momento regresa la eterna lluvia, así que solo hay un puñado de tantos momentos que se pueden crear, de los que solo algunos serán encuentros verdaderos, un espacio de compenetración extrañamente duradera, una marca en el recuerdo como la marca de manos apretando con fuerza una cintura.
Yo no sé por qué pero la espera por esos días de sol se me hace muy apasible. Levantarse en medio de la noche y escuchar las gotas repiquetear contra el tejado es canción de cuna ideal para volver a las cobijas y seguir durmiendo. El mundo sumergido mantiene el sopor, expande con fuerza un deseo porque pase más rápido el tiempo mientras espero a que llegue el día en que regrese, una vez más, la oportunidad de las madrugadas bañadas solo en el rocío, las tardes brillantes y de sombras largas y las noches despejadas para hablar tranquilamente de cosas de la vida.